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El espectador ejemplar

El llegaba, acomodaba su bastón, se sentaba, y era seguro que, recién entonces, la función podía empezar.
Esa era la señal de comienzo, aquella que se parecía a los tres clásicos golpes que daba el chambelán en el escenario de los tiempos de Molière. Actores, bailarines clásicos o contemporáneos, cantantes populares o de ópera, coreutas y artistas populares sabían que si él ya estaba sentado en la platea, por lo general sonriendo gentilmente a todo el mundo, habría por lo menos un aplauso asegurado, una estimulante presencia de respaldo, un ángel guardián tras “la cuarta pared”.
Alberto Luis Firpo se llamaba, y fue una figura admirable de la cultura tucumana. Me atrevo a decir que era un caso tan singular; y es que no sé si otras ciudades argentinas tienen o tuvieron el honor de contar con un espectador tan excelente, que estuviera tan dispuesto para el aplauso y el “¡¡bravo!!, más allá de los pronósticos sobre la calidad o el futuro del espectáculo, solo por alentar con amor al elenco, y profundo conocedor de lo que el esfuerzo del arte significa. Lo conocí mucho, pero quizás no tanto como para saber si había en él un artista que no pudo serlo, pero como artista, cuando el estaba me sentía comprendido, admirado, respetado.
En una nota que le hice hace unos años, recordó que siempre amó el arte, y que no olvidaba nunca que fue Guido Torres quien lo unió definitivamente a la actividad, cuando le pidió que acompañase al Coro Estable de la Provincia en un viaje a Buenos Aires en el que se cantaría y representaría con el Ballet Estable, la obra “Carmina Burana” de Carl Orff. Incluso fue el representante de dos grupos musicales Los Sabuesos y Los Fantasmas, lo que habla de sus ganas de gestionar y producir arte.

Nunca más dejaría de acompañar al Coro Estable en cada presentación, ni al Ballet; y sin proponérselo, siempre acompañado por su hermana, eran figuras infaltables en los estrenos de espectáculos, y más tarde en inauguraciones de muestras plásticas, presentaciones de libros y en cualquier expresión de la cultura.
Caía el telón de una buena función. Se escuchaba “¡bravo!”; ese era Firpo animando a la impresionada platea y recién se sucedían los vítores y los bravos masivos. “¡Gracias Firpo querido!” decíamos tras el telón los artistas. “Grande Firpo. ¿Qué haríamos sin el “Pelao” decían los más jóvenes?”.
Alberto Firpo era una costumbre tucumana, una tradición cultural, una certeza de calidez, un amigo de todos, un abrazo cariñoso… inolvidable, donde estaba, era seguro que se trataba de un hecho cultural, era como decir, el humo que delata la presencia del fuego. Yo, que siempre me torturaba con las dudas de todos los artistas, no olvido sus lágrimas de emoción al final de un espectáculo en el que participé hace muchos años, que me dieron la seguridad, el orgullo y la alegría de ser artista. Y los artistas ambicionan el aplauso de los que conocen y aman el arte. Ese es un aplauso difícil de conseguir y hay que dejar todo para poder conseguirlo. Alberto Firpo dejó su vida en la platea, espectando, pero como un espectador de lujo.
Si como la fe y las tradiciones enseñan, la muerte es otra etapa, Firpo es allí muy feliz porque, como dicen los místicos barrocos, ha tomado contacto ya con la música de las esferas, y así, convertido en ángel o en un duendecito, no deja nunca de ir a los estrenos, y las funciones no empiezan sin él.

Su amiga dilecta María José Rodríguez recibió generosamente su accesorio favorito, que tenía para él el valor de una alhaja, los proverbiales binoculares.
Tucumán se siente raro en temporada alta para la Cultura, en cuarentena y con pandemia. Aunque quisiéramos ya no podríamos ver a Firpo fatigar la calle 25 de Mayo, del San Martín al Centro Cultural Virla, del Virla al Caviglia, del Caviglia a La Gloriosa, o de La Gloriosa al Alberdi, porque él era capaz, durante los festivales ¡de hacer todo ese periplo!, con un bastón borgiano y una alegre camisa a tono con tu sonrisa. El gobierno lo distinguió con el título de este homenaje, la comunidad de artistas lo recuerda desde esa definición, y como testimonio fehaciente, su lápida reza «Al espectador ejemplar», con toda justicia.
En este aniversario de lo que hubiera sido su cumpleaños, el aplauso es para Alberto Firpo, se fue un 31 de enero de 2014 y los artistas tucumanos seguirán dedicándole su función de estreno en gratitud “al espectador ejemplar” y deseándole “merde” en su trascendencia definitiva.

Un comentario en «El espectador ejemplar»

  • Excelente nota Ricardo. Lo describiste fielmente, y es inevitable mirar las primeras filas en su recuerdo justo cuando esta por empezar una función.

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