El padre de Juan
Los Parada conformaban una familia unida.
Todos estaban orgullosos de todos.
Todos se preocupaban por todos.
En consecuencia, a don Manuel no le había pasado inadvertido que algo le estaba sucediendo a su hijo para actuar como actuaba. Su Juan ya casi no hablaba! ¡Tampoco contaba chistes! Los últimos fueron esos sobre las etiquetas. ¡ Me causaron tanta risa..!
–Tomás,¿me prestás tu shampoo? -¿Que vos no tenés el tuyo?
– Sí, pero en la etiqueta dice que es para cabellos seco, y el mío está mojado.
Al segundo, don Manuel ya lo sabía.
–Hijo, ya es hora de tomar tu medicina.
El niño, al escucharla, empieza a dar saltos.
-¿Qué te pasa? -le pregunta la madre.
-Pero, mamá ¿no has leído que dice en la etiqueta
: agítese antes de usarlo?
¡Tampoco las adivinanzas lo atraían! Y a su hijo, los juegos de ingenio, lo convocaban. ¡ Recordó cuánto le había costado encontrar la respuesta de aquella sobre el agua.
–Adivina quién soy:
cuanto más lavo….
A Juan le gustaba jugar con las palabras. Le atraían las interrogaciones, tanto que durante la pasada, Nochebuena, al ver el globo terráqueo que le habían regalado, no pudo esperar que lo terminaran de desenvolver parempezar con sus interrogantes:
-A ver, papá ¿En el mundo, hay algún país cuyo nombre no tenga ninguna letra en común con Argentina?
¡Nada de preguntita…!
Ni con la ayuda del globo terráqueo pudo don Parada acertar la respuesta
¡Y qué la iba a encontrar! Si no existe.
Pero no siempre, el ganador era el hijo. Horas después quien no supo contestar cuál era el día más largo de la semana fue Juan, pero eso sí, siempre terminaban a las carcajadas los dos.
El caso es que lamentablemente se habían acallado las charlas que solían tener sobre: la importancia de hacer bien las cosas, sobre la libertad, sobre la justicia, sobre la ecología, sobre los avances tecnológicos
¡Lindas charlas, por cierto!
A veces estaban de acuerdo. Otras, no. Pero en lo que nunca hubo disidencias es en que no se habría de cerrar diálogo alguno sin recitar a duo: Nada te turbe.
Juan sabía por su padre que el poema, pertenecía a Santa Teresa de Ávila.
La primera vez que lo escuchó no entendió qué significaba eso de: “nada te turbe”.
¿La sabés?
Nada te turbe.
Nada te espante.
Todo se pasa.
Dios no se muda.
La paciencia, todo lo alcanza.
Quién a Dios tiene,
nada le falta.
Sólo Dios basta.
¡La sorpresa que generaban los Paradas entre los vecinos de Tafí del Valle, cuando empezaban decir a viva voz el poema.
De allí, que los lugareños en cuanto los veían aparecer, empezaban a mirarse entre ellos diciendo:
¡Ta’bueno! Ahí vienen los; nada te turbe
.
Según los cálculos del señor Parada los cambios en Juan, habían empezado a manifestarse hacia el mes de noviembre ¡Sí! ¡Precisamente después de las elecciones! Al principio, el padre pensó que se trataba de un malestar pasajero
¿Acaso no se dice que la etapa de la adolescencia es brava?
¿Que ciertos cambios de conducta son propios de la edad?
¿Que los padres nos tenemos que armar de santa paciencia y comprenderlos? ¿Que los jóvenes necesitan tiempo para madurar?
Pues bien, Manuel Parada, así lo había venido haciendo. Pero cuando él, empezó a ver que las cosas lejos de mejorar se agravaban, entendió que había que empezar a actuar.
Basta, de tanto: ¿Qué le estará pasando a mi muchacho? ¿Tendrá problemas en el colegio? ¿Será un amor no correspondido? ¿Se habrá peleado alguno de sus amigos
¡Basta ya de tanto esperar!
¡En una de esas, estamos ante un serio problema y yo, sin hacer nada!
¿No faltaba más? -exclamó en voz alta, tan alta, que no sólo los empleados del piso superior sino también el personal de guardia de la Legislatura, lo escucharon.
Tomada la decisión, Manuel Parada empezó a sentirse mejor. Pudo a través de los vidrios de la ventana de su oficina mirar cómo la lluvia lavaba los jardines del palacio Legislativo. Pudo observar el congestionado tránsito que circulaba por la Avenida Sarmiento. Pudo mirar con admiración, -como hacía tiempo no lo hacía al magnífico edificio -inaugurado solemnemente el 8 de julio de 1915- de su querido Colegio Nacional Bartolomé Mitre. Pudo volver a saludarlo -como lo saludaba habitualmente- con el dedo pulgar en alto y con cariñosos guiños.
Él, había sido alumno de esa casa y hoy, esa casa era el Colegio de Juan. Pudo volver a sentir a sus profesores y a sus compañeros, volver a recordar aquellas magníficas verjas de hierro, hoy desaparecidas.
Mirar al edificio, lo trasladaba a los años de su adolescencia.
Fue hacia aquella época, cuando Miguel Parada empezó a sentir que la política lo atraía. Y cada vez que pensaba en ese tiempo retornaba a esa histórica mañana.
¡La recordaba con tanta nitidez!
Volvía a vivir lo vivido aquel día.
Volvía a estar en el ómnibus de la línea cuatro, rumbo al colegio.
Volvía a tener catorce años y cuarenta y ocho kilos.
Volvía a encontrarse semidormido en uno de los últimos asientos.
Volvía a escuchar aquellas voces.
Volvía con idéntica desazón a escuchar:
–¡ Ah, yo en política no intervengo!
Lo mejor que uno puede hacer es no mezclarse en eso. La política, hermano, es para los sinvergüenzas.
–¡Para los vividores!
– Mirá, por lo que yo sé, ahí, hasta el más santo peca… ¡Está visto!
– Y¡sí! Parece que único que saben es enriquecerse y no les importa ni un pepino de los giles que los votaron.
– Pero eso si, son maestros cuando de prometer se trata.
– ¡Y claro! Si son capaces de prometer que van a colocar puentes aunque no haya ríos. Y después… si te he visto no me acuerdo. Si los conoceré…
-Por eso te digo, hermano, la política es para los inescrupulosos, no es para la gente honrada.
-Lo que es a mí no me van a vender más, gatos por liebres. Fijate, ahí lo tenés al legislador Cabrera; ese, hasta hace poco no tenía, ni para pagar un taxi y hoy, el señor vive en un barrio privado ¿Qué tal?
Volvía a escuchar la voz del conductor.
- Avenida Sarmiento y Muñecas. Rápido. Bajen rápido.
El padre de Juan, -que por aquellos años, ingresaba a la adolescencia.- volvía a rememorar aquel descenso.
Volvía a registrar la confusión vivida.
Volvía a sentir el desconcierto que le había producido aquella conversación. No eran esas las definiciones sobre política que le habían dado en las clases de Historia.
Es que ¿era o no era un político el general San Martín…?
¿Y Juana Manuela Gorriti…?
¿Y Sarmiento…?
¿Y el doctor Juan B.Terán?
¿Y Nicolás Avellaneda?
¿Y Juan Bautista Alberdi?
¿Se puede luchar por la patria sin ser político?
Y volvía a recordar aquella sorprendente casualidad: El tema que acababa de escuchar en el ómnibus era el mismo que el profesor de Educación Cívica desarrolló ese día. La voz del doctor Igusquiza aún seguía viva en su memoria:
–Jóvenes alumnos, ¿saben cómo les decían los griegos a todos los que no participaban en política?… ¡Piensen!¡Piensen! ¡Les doy una pista!
A ver, ¿cómo les dicen ustedes a las personas incapaces de hacer algo por sus semejantes ?
–Vago –dijo Alberto.
–Nooo –contestó el profesor – El vago, por lo menos alguna vez trabaja para algo.
–Ignorante –dijo Nicolás Semrik.
–Tibio, tibio- replicó el profesor.
–Inútiles –agregó Sebastián Gómez .
–Ya están más cerca. La palabra empieza con “i”.
-Insípido. Arriesgó el siempre audaz Ricardo Taberna, y su respuesta produjo sonoras carcajadas.
-Vamos. Piensen. Piensen… Es casi un sinónimo de egoísta.
– ¿Puede ser, idiota? Preguntó tímidamente, Sebastián Torres.
-¡Bien! ¡Muy bien, alumno Torres! La palabra idiota, proviene del griego idiotez. Y se la usaba para referirse a aquellas personas que sólo se ocupaban de sus intereses privados, sin participar de las cuestiones públicas.
Ahora bien, deben saber que el tema es muy antiguo, tan antiguo como polémico.
En cuanto a su antigüedad, me basta decirles que un sabio griego al que sus contemporáneos le pusieron el apelativo de Platón por su espalda ancha, ya se ocupaba del tema y afirmaba que el hombre es un animal político.
¿Y por qué es un tema polémico? Porque a lo largo de la historia, presentó siempre dos caras: por un lad, la de los que creen que el participar en política es deshonroso; y por el otro, la de los que opinan lo contrario. Ahora, yo pregunto: A ver, ¿de qué lado se pondrían ustedes?
Recuerdo que ninguno de nosotros contestó. Eso sí, todos teníamos los ojos muy abiertos, Algunos hasta nos rascábamos la cabeza.
El doctor Igusquiza, aprovechó nuestro silencio para acomodarse los anteojos pero sin dejar ni por un instante de interrogarnos con la mirada. Pasaron algunos segundos. Después, con su brazo izquierdo en jarra, empezó a caminar entre los bancos. Luego se detuvo frente al pizarrón y finalmente con trazos firmes empezó a escribir:
La obra humana más bella es la de ser útil al próximo Séneca |
Sé el cambio que quieras ver en el mundo
Mahatma Gandi
La mejor política, la más fácil, la más eficaz para conservar la Constitución, es la política de la honradez y de la buena fe; la política clara y simple de los hombres de bien
Juan Bautista Alberdi
Dónde no hay gobierno, va el pueblo a la ruina
Proverbios 11,14
Dejó la tiza en la canaleta de la pizarra, nos miró de frente y, mientras se sacudía el blanco polvillo depositado sobre las solapas de su saco azul nos dijo:
-Copien. No ocuparemos de ellas en la próxima clase.
Tras un prudencial, espacio de tiempo preguntó:
-¿Tarea cumplida? Bien. Ahora, leeré un breve texto de un dramaturgo inglés.
“ No hay peor analfabeto, que el analfabeto político. Es decir, de ese ser que no oye, que no habla , que no participa de los acontecimientos políticos, y por lo tanto, no sabe que el costo de la vida, el precio del pan, el de la harina, el de la ropa, el de los remedios, depende, de decisiones políticas. Y lo que es peor, que es tan ignorante, que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo, que odia la política sin saber que de su ignorancia política, nacen los grandes males sociales y que de esa actitud, nace también el peor de los bandidos, que es el político corrupto”.
Lentamente cerró el libro.
La estridencia del timbre dio por terminada la clase. Un Rayo de sol, alumno oyente del profesor Igusquiza, quedó tan impresionado por lo que acababa de oír, que raudamente partió en busca de su amigo, el reloj de la Catedral. Necesitaba comentarle lo que había escuchado.
Por su parte, el alumno Manuel Parada, no solo copió las citas, sino que además se las aprendió de memoria.
Pero los recuerdos del padre de Juan no terminaban allí. Se le engarzaban otras historias. Entre ellas, la del cuento de los gorriones.
Indudablemente, le causaba placer revivir aquellos días de su paso por el Colegio Nacional.
Cuando volvía su mirada a ese tiempo su cara se transformaba, las marcas de cansancio se le atenuaban y podía tararear bajito, su zamba preferida:
Yo no le canto a la luna
porque alumbra y nada más,
le canto porque ella sabe
de mi largo caminar
En eso estaba el legislador, cuando lo interrumpió el timbre del teléfono. Era uno de sus compañeros de bloque para invitarlo a un acto partidario.
– Lo siento, pero no puedo. Tengo una reunión con la gente del barrio San Pedro. El problema de la falta de vivienda, no me da tregua. ¡Y ni qué decir, el tema de los asentamientos! -se le oyó decir a Manuel Parada.
– ¡Pero aflojá un poco, Manuel! – le respondió el legislador Ramirez.
¡No seas tonto! ¡Hay que estar en los actos!
¡Hay que tener prensa!
¡Dejá eso para después!
¡No te imaginás lo que pienso decir! Les daré con todo a los de la oposición. Voy a pegar fuerte. Eso le gusta a la gente. Vos tenés que…Pero Parada no lo dejó continuar:
– ¡Yo tengo que hacer lo que debo hacer -le replicó con firmeza.
Luego agregó:
No te olvidés que la gente espera algo más de nosotros. Te debo decir que hoy, me han llamado ya por lo menos diez periodistas. Piden información sobre ese millonario subsidio que debía ser usado para material didáctico y del que nadie sabe dar razones.
– ¿Y qué le has dicho?
-Que pediré que se lo interpele al Ministro de Economía.
-¡Estás loco!
Mirá, yo te aconsejó que no te metas. La cosa está brava y un buey sólo no puede con todas las yuntas…
Con un tajante, ya veremos, cerró la conversación, Parada ¡Como para escuchar tamaña desvergüenzas estaba!
Era innegable que la corrupción política crecía por todos lados y había tanto por hacer que le resultaban cortos los días! Necesitaba terminar con el proyecto sobre la drogadicción infantil. Ahí también estaban exigiendo inmediata solución problemas como los de los asentamientos, el de las villas de emergencia, los de la seguridad. ¡Y ni qué hablar sobre la situación de los jubilados…! Sin ir más lejos, esa misma mañana había recibido a un grupo de ellos, entre los que se encontraba su querida maestra de tercer grado: ¡la señorita Susana!
A Manuel Parada le preocupaba servir.
Pero te debo contar, algo más sobre Manuel Parada.
Algo, que tiene que ver con un sueño.
Un sueño, que lo persigue desde que él era muy chico.
Un sueño muy lindo. Un sueño en el que todos los chicos tienen comida, chupetines, juguetes y libros de cuentos, Un sueño en el que viven personajes muy curiosos, entre ellos: la mitad de una Luna, un Río con escarpines de terciopelo, unas Ramas jóvenes, unos Peces guitarristas, unas Amapolas bailarinas, y todos se preguntan sin cesar una y otra vez:
–¿Para qué sirve la política?
-¡Ohhhh, ese cuento! -pensó Parada-
Bueno. ¡Basta! Me tomo una taza de té y sigo con lo mío
Pero sus buenos propósitos duraron poco. Estaba tan cansado pero tan agotado que se quedó dormido sobre su escritorio y luego empezó a roncar fuerte, tan fuerte, que dos palomas que se habían posado en el alfeizar de la ventana. tras unas migas de pan, se asustaron.