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«Gracias por robarme y dejarme con vida»: la bronca y el consuelo de Mari

La inseguridad en Tucumán no da respiro. El delito siempre fue una preocupación en la provincia, pero ahora desvela la aparición de nuevas modalidades. Lo que antes eran asaltos o motoarrebatos de no más de dos malvivientes, hoy se ha potenciado y se han registrado robos de hasta cuatro delincuentes por vez. Así ocurrió horas después que sepultaron a Willy Sahad, cadete de Pedidos Ya asesinado por un ladrón, cuando al menos tres de sus compañeros fueron asaltados en patota mientras cumplían con su trabajo en horas de la noche. Así les pasó a Mari, a Ariel y a Osvaldo el 25 de Mayo, cuando se abrazaban en la puerta de su hogar.

A las 21:45 del pasado miércoles, la joven Mari despedía a su padre, que había ido hasta su casa para visitarlos y hacer unos arreglos que le habían pedido ella y su novio, Ariel. Osvaldo, de 60 años, desocupado, había llevado una amoladora recién comprada días antes, para buscarle una vuelta a la realidad económica que golpea a todos. Mientras se abrazaban, bromeaban y agradecían la visita, un grito rompió la tranquilidad.

¡Tranquilo, amigo, tranquilo!”. Los gritos son de Ariel, que trata de calmar a uno de los cuatro desconocidos que los agarraron desprevenidos y que apunta con una pistola sin temblar a la cabeza de Osvaldo, que en ese momento se paraliza. “Dale todo”, le repite Ariel, una y otra vez. Sigue sin reaccionar. Mientras todo eso ocurre, Mari abraza fuerte a su padre. Piensa dos veces antes de hacer lo que tiene en mente. Aprovecha una distracción de los asaltantes, que también tienen un cuchillo, y sale corriendo al detrás de la reja que separa a su casa de la calle. Desde allí amenaza a los malvivientes con llamar a la Policía. No surte efecto. El asalto continúa. Los ladrones registran los bolsillos de su padre y de su novio, desprenden a Osvaldo de la mochila con su nueva herramienta adentro y en el interior de la vivienda Mari marca 911 desde un teléfono fijo. Le contesta una mujer policía, que le pide algunos datos y le asegura que una patrulla va en camino. Corta y busca algo para defenderse. Está confundida, todavía escucha a su padre y a su novio forcejear con los asaltantes. Desiste de la búsqueda y vuelve a salir. Todo había terminado.

Lo que pudo terminar en tragedia y sumar un nuevo dígito fatal a las estadísticas no publicadas del Ministerio de Seguridad de Tucumán, de milagro tuvo un desenlace sin heridos. Por el accionar de los delincuentes, Mari supone que no tenían demasiada experiencia, ya que, por ejemplo, no se llevaron la moto de su padre, que tenía las llaves puestas. Habrán creído que efectivamente estaba en camino la Policía, pensó Mari, que llamó una segunda vez, volvieron a prometerle que irían y hasta hoy sigue esperando.

“Estábamos los tres cuando lo abrazo a mi papa para saludarlo. Mientras lo estaba abrazando, justo le digo ‘feliz día de la Patria’ y lo escucho a mi novio decir ‘tranquilo amigo’. Logré ver el arma apuntándole a mi papá y lo abracé fuerte. Veo un poco más y alcancé a ver un cuchillo”, recuerda Mari, con impotencia.

“Lo que hice fue gritar, entrar a la reja, empecé a gritar que iba a llamar a la Policía, nunca dejaron de apuntarlo a mi papá. Salí corriendo adentro para buscar el teléfono y llamar a la policía. Nos dijeron que ya nos mandaban un móvil. Se me hacía que iban a disparar. Ya pensaba que iba a tener que llamar una ambulancia porque estaban muy alterados. Pensé que en cualquier momento me llegaba un disparo por la espalda”, describe la joven que, más allá del triste momento que le tocó vivir, confiesa qué fue lo que más le dolió.

Mari vive a la altura de avenida Belgrano 1900. En diagonal a su casa está el cuartel de Bomberos Voluntarios de la Capital. A tres cuadras, la Comisaría Sexta. Había gente en la calle cuando los asaltaron. Un bombero había sacado a pasear a un perro. Sin embargo, nadie hizo nada.

“En la calle, en la esquina, había gente tomando y bailando. Había un bombero con un perro y yo vi que nos vio y entró. Nosotros nos confiamos porque había gente en la calle. Todos han desaparecido y han mirado para otro lado. Se han demorado en robarnos y nadie nos ayudó. Y la Policía nunca llegó. Mi impotencia es por eso, porque no hemos tenido apoyo de nadie”, se lamenta.

La cuadra del asalto. De fondo, el cuartel de Bomberos Voluntarios. (Foto de Google Street View)

Mari denuncia que, pese a la cercanía de la dependencia policial, rara vez se ven patrullas o efectivos recorriendo la zona. Entre la bronca y la desilusión que la invaden, la joven asegura que la zona está liberada. No se le ocurre otra explicación. No entiende, si así no fuera, como la semana anterior a una vecina le robaran el celular a las cinco de la tarde y que todos los meses ocurran hechos similares. Y que, a pesar de todo, no haya presencia de fuerzas de seguridad.

Nunca más vuelvo a llamar a la Policía”, se recrimina Mari. “Yo siempre viví en Barrio Sur, en cada esquina había un policía, era como que podías andar no tan tranquilo pero salir a la calle con cierto grado de seguridad. Lo que pienso es que tiene que haber más control, estoy cien por ciento segura que han liberada la zona, dejan todo librado a la suerte y a Dios a los que son religiosos, nos traslada la responsabilidad a las víctimas”, agrega.

“Soy docente y trabajo para el Estado y cuando un papá me viene a reclamar algo me hago cargo, por eso los policías también tienen que responder y no dejar sola a la gente. Cada uno debe ocuparse de su rol. Mi solución hoy en vivir en otro lado. Quizás otras personas piensen que uno tiene que hacer Justicia por mano propia, pero yo no coincido con eso. Me siento tonta por haber pensado en la Policía en vez de quedarme con mi papá mientras lo apuntaban; me siento tan ilusa”, se lamenta.

Antes de terminar la entrevista telefónica, Mari piensa en lo que le robaron a su padre y, ya en frío, le resta importancia. Son cosas materiales y su papá está bien. Igual su novio. Están bien. Están vivos. Y esto último es lo que la joven agradece, a pesar de la bronca y de la impotencia. “Estamos solos. Encima hay que estar agradecidos. Gracias por robarme y dejarme con vida”, se lamenta Mari y ríe para no llorar.

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