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Humor e ironía en una peluquería que divierte, entretiene y mucho más

En fechas recientes, asistimos a una función de la puesta de la pieza “Rojo pasión, rojo sangre” de la dramaturga marplatense Adriana Allende, bajo la dirección del teatrista tucumano Jaime Mamaní.

  • Obra: Rojo pasión, rojo sangre
  • Autor/a: Adriana Allende
  • Sala: El Círculo, Mendoza 240
  • Horarios: sábados a las 22

A mi modo de ver, es una puesta en escena con grandes aciertos y tengo la certeza de que merece la pena verse; desarrollo modestamente, a continuación, esta mirada que tiene mucho que ver con la alegría de contemplar la vitalidad del teatro tucumano.

Dramatúrgicamente, es una pieza sólida, bien e inteligentemente construida y asentada en las bases de la comedia; es ágil y divertida, llena de sorpresas capitales, capaces de cambiar el rumbo de la trama hasta el último momento. Esa base, de por sí, direcciona el éxito en cuanto a la captación de la atención del público, asegura la diversión y el entretenimiento, y posibilita algo más que el deleite de un momento reidero.

“Rojo pasión, rojo sangre” es una comedia de enredos. Transcurre en el espacio delimitadamente femenino de una peluquería de barrio en donde, cotidianamente, concurre siempre la posibilidad de que suceda lo jocoso y lo impensable, veamos…

Siete mujeres de diferentes edades y estratos sociales en lo que parece ser un encuentro casual, comparten vivencias y anécdotas arbitradas por una peluquera despótica y una insolente empleada de servicios generales. La mayoría son las invitadas a una importante fiesta de bodas. La boda de una persona ampliamente reconocida se realizará esa noche, y quieren lucir hermosas en el casamiento de un alto magistrado. Detrás de esta sencilla trama, que se expande con humor y lleno de ingeniosos enredos, emergen el sutil sarcasmo, la desopilante falsedad, la tibia frivolidad, y como corolario, la codicia y la corrupción. Como punto final, el remate extravagante e insólito de esta historia, justifica haber sostenido al público divertido y atento, y nos muestra cómo pueden mutar en un instante las posiciones en el poder.

Mamaní aprovecha todo lo que puede los elementos que se le ofrecen y con los que cuenta: un texto ameno y divertido, y un elenco de excelentes actrices. La escenografía es muy sencilla y tiene pocas pretensiones, y uno piensa en lo que hubiera posibilitado una zambullida en el mundo del kitsch, en donde la regla del juego es, justamente, lo cursi, el mal gusto, o más bien, el exquisito mal gusto que hubieran dado toda una tónica a la puesta, aunque entendemos perfectamente que, en materia de teatro, tanto como todo en la vida, el tema presupuestario limita hasta las imaginaciones de los artistas.

Cristina Fiz Lobo.

El peso cae entonces, en el elenco; un elenco que acepta el desafío y se las arregla para conectar interesantes labores individuales entre sí, mientras Mamaní se concentra en la organización de lo que podría haber resultado un caos de creatividades. Cristina Fiz Lobo, una actriz de vasta trayectoria y reconocido oficio en la escena tucumana logra uno de los trabajos más interesantes de cuantos le hemos visto en los últimos años; juega todo el tiempo, se divierte, apela a todos sus recursos expresivos sin retaceos, mientras consigue atraer casi en forma permanente la atención del público en ella que, a la postre, es acaso uno de los personajes más patéticos de la trama. Sin rodeos, Fiz Lobo conquista ese patetismo y lo resignifica hacia el humor, un humor grotesco y singular que logra deleitar al público y sobresale con tino en su labor dentro del grupo.

Marcela Jaime y Mabel Robles en sus personajes.

Marcela Jaime desarrolla con seriedad su personaje de la dueña de la peluquería en otro sentido. Frívola y despótica, somete a su empleada a maltratos y a la utilización sin pudores, y juega sus posibilidades apelando a su gracia natural y a sus conocidos recursos expresivos. Podría, sutilmente, haber utilizado esos recursos también para ofrecernos pistas de la verdadera cara de su personaje, pero la fuerza de la comedia la lleva a impulsar a la risa. No obstante, creemos que es un personaje conseguido y divertido que afina cabalmente con el elenco.

Carla Greta y Soledad Berrondo

Otra actriz que desarrolla un personaje interesante es Mabel Robles. Ella apela a la bufonada, y estructura todo su paso por esta historia con numerosos gags, bromas y chacotas, va directo al objetivo humorístico, aunque queda, nos parece, otra meta sin cubrir en su rol en el final desopilante que la obra tiene. Es sin embargo un gran logro ya que es una comediante que muestra una innegable entrega y compromiso escénico.

Zulema Ponce

El trabajo de Carla Greta y Soledad Berrondo muestra análisis de personaje y una indiscutible construcción profesional de sólida base. Hay en Carla Greta una manera de hablar, contender y de desenvolver su personaje de la periodista engañada tan genuino que convence de punta a punta. Otro tanto ocurre con Berrondo quien construye una estructurada empresaria con la postura convincente de un coach, y su frescura se luce en un papel que podría haber sido borroso y sin vida.

Zulema Ponce tiene un súper personaje. A mi modo de ver es el más difícil de todos porque pareciera no tener relación con la trama y vaya si la tiene, porque todas tienen la misma estatura moral. Ponce encuentra el modo de lucirse en un personaje que podría verse demasiado repetido en el teatro argentino; por fortuna, esta actriz segura y convincente, evita caer en lo uniforme y reiterado, y busca y halla posibilidades nuevas que hacen estallar la risa, y nos hacen pensar sin querer.

Finalmente, Alejandra Vega, la más joven del grupo, consigue estar a la altura de sus experimentadas compañeras de escena, con un personaje estereotipado que se desestructura y libera asombrosamente. Esa transición parte de un organizado trabajo interior que orienta sus posturas y hasta su manera de expresarse. Creemos que hace realmente una muy buena labor dentro de la puesta.

Mamaní cumple, en ese sentido, con el desafío de haberle dado a todas sus actrices la posibilidad de un lucimiento particular y grupal, que constituye, en definitiva, la meta de una puesta en escena y llega al destino deseado de entretener, divertir y hacer disfrutar del teatro.

Por mi parte, asumo la responsabilidad de asegurarle que lo pasará bien, que va a divertirse y a entretenerse, sobre todo, la convicción de que verá buen teatro tucumano.

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