«30 años. Fundación Teatro Universitario Tucumán. 1990-2020», el placer de la memoria, el deber de la gratitud
Esta semana celebraremos la presentación del libro que recupera la memoria de 30 años de trabajo del grupo teatral Fundación Teatro Universitario, un verdadero hito en la historia del teatro tucumano.

Un pueblo que no tiene memoria, sin dudas, no merece un futuro. Y para eso debemos, por todos los medios, aprender a recordar eficientemente. El recuerdo, la evocación, no debiera ser solamente un provecho de la memoria, sino que debiéramos perpetuamente servirnos de esa compañía que los recuerdos traen, que son los sentimientos.
Eso explica la etimología: ‘re-cordare’, que viene del latín “volver al corazón”, que es el asiento, la sede metafórica de los afectos. Y los tucumanos tenemos mucho para recordar con el corazón lo mejor de nuestro teatro, para catapultarnos a un futuro pleno de creatividad y prolífica creación.
Gracias a Dios, la aparición de este pormenorizado volumen, nos deja en claro que no somos un pueblo instalado solo en un presente continuo, que devora cada instante del futuro en un peligroso (en este caso) ‘carpe diem’, viviendo solo el día a día. Como decimos, en raras veces el recuerdo es neutral, y como una mera representación mental de lo acaecido viene siempre teñido de sentimiento, y de ahí que haya recuerdos cargados de emoción.
Hago amplia esta introducción solo para que el lector comprenda cabalmente porqué razón la aparición de este libro es motivo de alegría para la sociedad tucumana en su conjunto, y porqué es motivo de celebración para este prestigioso elenco.
La obra; sus partes
La obra se compone, digamos, de tres cuerpos a saber:

En la primera, una presentación de la publicación que incluye: “Palabras del Gobernador de la Provincia de Tucumán” del doctor Juan Manzur; palabras de la doctora Elena Pedicone de Parellada: “Para la Fundación Teatro Universitario en sus 30 años de vida”; palabras del profesor Mauricio Guzmán “Palabras para los 30 años de la Fundación Teatro Universitario”; el texto alusivo del periodista Roberto Espinoza “Las travesuras colectivas”; y finalmente el texto del propio autor, actor, director y arquitecto Ricardo Salim “La construcción de la memoria”, a guisa de introducción.
La segunda parte es un desarrollo que preserva su formato rigurosamente a lo largo de todo del profuso volumen. Año por año, obra por obra, teatro por teatro, actor por actor, el lector puede recordar y hasta revivir a través de las estupendas y bellas imágenes en su mayoría de Marga Fuentes, un inapreciable testimonio que construye mucho más que una memoria curricular.
El listado es tan formidable y pródigo que abarca textos que van desde Sófocles y Homero hasta Eduardo Pavlovsky; y en el camino, en este prodigioso pendular estético, se suman William Shakespeare y
Molière, De Laferrère y Goldoni, Gogol y Federico García Lorca (por solo mencionar algunos, entre decenas de autores clásicos y contemporáneos de primera línea.

En esta sección el lector revivirá el regocijo que en las butacas de las grandes salas tucumanas como las del Teatro Alberdi o el San Martín, el Caviglia, El Círculo, el Centro Cultural Virla y hasta en otras ya desaparecidas, cientos de espectadores se aproximaran, con una mirada de pasmo y asombro a los grandes clásicos, mientras otros disfrutaban del deleite de poder volver a encontrarlos, con dignidad, en una puesta moderna. En lo que, a mi parecer, no era la intención original del grupo, en cada uno de estos elencos fructificó el designio de semillero, y numerosos actores de primera línea germinaron en este grupo, mientras muchos jóvenes y adultos con sensibilidad y en la búsqueda, encontraron un espacio de expresión para sus inquietudes, y la posibilidad cierta de hacer una carrera en el teatro tucumano.

Este movimiento, por cierto, está incluido y puede verse claramente en el desarrollo del cuerpo de la obra, a través del detalle de cada elenco en el que, el rigor de este trabajo, no permite el escape de detalle alguno. Con toda seguridad, el lector puede encontrar en esta parte de la obra, no solo la fecha de la puesta, el elenco y la sala, sino hasta el trabajo de los técnicos que intervinieron, y no olvidemos que la Fundación Teatro Universitario ha realizado también megaespectáculos al aire libre, en espacios con acondicionamientos especiales, y no solo técnicos sino también estéticos.
Destaco especialmente de esta parte del libro, la obra con la que Salim cierra el listado de obras del repertorio de la Fundación que se titula “La fiesta del viejo” (una versión libre de “El rey Lear” de Shakespeare, precisamente, porque aún no fue estrenada y aquí hay una metáfora. Este libro no es una mirada melancólica del pasado, es un acto de justicia para quieres pasaron y pasan por estas filas de artistas. Para este elenco, entonces, la inclusión de la obra que, aunque no se estrenó y ya se incluye en la memoria, es un acto de reivindicación del trabajo colectivo, una mirada al futuro, y el disfrute del presente en donde lo único valido es hacer teatro con amor y placentera disposición. Es asimismo una pertinente amonestación: es importante lo realizado, pero viene mucho más.

En la parte final de la publicación es donde más se evidencia que el autor se compromete a la construcción de la memoria con autenticidad y sincero agradecimiento, a cada artista y técnico que pasó, compartiendo días felices de creatividad y amor al teatro.
En esta etapa final del volumen, con un capítulo titulado “Extensión”, comienza el tramo que incluye: “Premios y distinciones”, el artículo “Isabel Blanco de Salim: La costurera prodigiosa” de Solana Colombres, un sensible y exquisito texto que recupera, a manera de homenaje, la benéfica y bienhechora presencia de quien en vida fuera madre del actor y director Ricardo Salim, y la vestuarista oficial de sus elencos. El artículo, me parece, es una indiscutible alhaja cuya aportación básica es que, no puede hacerse grandes trabajos sin ese soporte afectivo, columna invisible de tamaña construcción. También el texto de Natalia Viola “Cortes y puntadas para combatir la soledad” remata este merecido homenaje a la gran vestuarista.
En el tramo final, Salim no escatima páginas ni imágenes para quienes trabajaron en su elenco. Muchas veces, los autores invisibilizados de aquella perfecta iluminación, los prodigiosos carpinteros, zapateros, sombrereros, peluqueros, maquilladores, electricistas, técnicos, costureras, además de letristas y músicos hallan un sitio en el que sus labores no caen ni en el olvido ni en el descuidado adiós de un programa de mano que cae entre las butacas.
Creo que es la parte más sorprendente de todas es ésta, porque más que un reconocimiento a sus labores en función de la obra de arte, es un pasaporte que les da acceso al reconocimiento social, y pasan asimismo a formar parte de un registro oficializado de grandes trabajadores de la cultura que no figuran más que en las efímeras vidas de los programas de mano, como decíamos al comienzo.

Un gran trabajo, un libro necesario. Como decíamos al comienzo, raras veces el recuerdo es neutral, no se trata solamente de una mera representación intelectual del pasado porque viene siempre coloreado por el sentimiento.
Es por eso que este volumen rescata del sótano del olvido una memoria viva vinculada a un solo sentimiento, el amor, y específicamente, el amor al teatro. Por eso, nos quedemos pues con una pregunta: ¿Qué son estos 30 años sino una expresión de amor al teatro?
Felices 30 años querida Fundación Teatro Universitario.