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Caótico, desenfrenado, talentoso.

Charly Carter concluyó su gira con un recital que terminó abruptamente

Por Roberto Espinosa

Como si hubiese quedado extenuado por saltar las islas de su inconsciente, el músico se desplomó sobre los teclados, y un reventón de ecos sonoros rodeó su cabeza: “En las islas de mi ego, me ahogo en los charcos de los puercos. Agito mi corazón, mi esperanza. Corro, salto, lloro. Muero en cada en cada dolor. Bee, no me abandones, por favor. No puedo saltar el muro de la oscuridad. Ayúdame. No puedo encontrar la luz sin tu amor…” Aunque conserva una buena parte de su creatividad musical que lo llevó a la fama, Charly Carter es un alma en pena sobre el escenario. No se ha repuesto -¿quién podría?- de la muerte de Bee, su pequeña hija de 6 años, en aquel accidente absurdo ocurrido hace un año.
Con 45 minutos de retraso -lo cual llevó a pensar que no se presentaría-, Charly se paró tambaleante ante el público en el penúltimo recital de su gira. Silencio total. Su dedo índice apuntó al sector izquierdo de la platea. Comenzó a buscar nerviosamente algo en los bolsillos de su chaqueta y arrancó con su frase célebre: “No te diría lo que no sé…” “Estoy tratando de entenderme”, dijo luego con su biografía recién editada en las manos. “Si quieren que se la firme o si no están de acuerdo con algo, aquí está mi amigo Bruno, sentado en primera fila con mi mujer. Quizá debería pedirle a ella que se cambie de lugar. Alguien que es capaz de escribir un libro, y encima sobre mi vida, debe ser un tipo peligroso. Con ustedes, Bruno Giannini. Pueden aplaudir si quieren, yo prefiero seguir tocando”. El libro voló por el aire hasta un costado del escenario y Giannini, autor de “No te diría lo que no sé”, saludó nerviosamente, mientras Dédee no sabía si sonreír o perderse en la butaca.

Dureza e ironía
Tartamudeo de luces. Con “Politomía”, tema inspirado en la relación ilícita del presidente Jones con Jessica Vronsky, aprovechó para criticar con dureza e ironía al sistema. Esta pieza le dio nombre al disco que, finalmente, no llegó a editarse, y que le provocó a Carter un pleito judicial con la compañía discográfica HIPO por abandonar imprevistamente el proyecto: “Oye, Jessica, muchacha regordeta, de ágiles y pomposos labios, por tus caderas han danzado los zarpazos de un sistema que justifica guerras y asesinatos, dictaduras… poder económico. Jessica, muchacha de boca y pechos globalizados, en el Salón Oval, tus gritos obscenos revientan en el mundo. Droga, sexo, violencia, rock’ n roll… Jessica, ¿no lo ves?, un planeta está a tus pies, recibiendo las migajas de la miseria que desde el inodoro de Jones se despeñan…”
En “Los árboles de Wagner” atacó al nazismo. Hitler, Mussolini, Franco, el papa Pío, Haider, cayeron bajo sus latigazos. Fue tal vez el momento más fuerte de la corta velada. Con un ritmo de blues, alternando el piano con la guitarra, Carter desembocó en una improvisación jazzeada a lo Oscar Peterson que dejó atónito a los espectadores y concluyó con un fragmento de “Parsifal”.

Ese hormiguero
En “Tree Bisection reconnection” evocó a “ese hormiguero pateado que son las grandes urbes”. Soledad, violencia, soledad, desasosiego, alcohol, muerte, soledad fueron la constante de este tema verdaderamente antológico que duró unos quince minutos. Hubo citas musicales a Hendrix, los Stones, Coltrane, Génesis, Brouwer, Bach y Jethro Tull. Sin palabras.
A esa altura, Charly lucía distante, como si la depresión y un pasado de drogas le estallaran en las manos. Con la mirada perdida, dijo: “Tengo 46 años. Soy famoso. No sé por qué ni para qué. De nada sirve la fama cuando se te muere una hija. De nada sirve nada, cuando eso sucede. Tengo corazón, aunque no lo crean. No soy indiferente ni insensible. Mi único compromiso ha sido siempre la música y muchas veces me he sentido una basura. No sé por qué estoy aquí. No sé por qué sigo viviendo… (la voz se le entrecorta) si Bee ya no está…”
Oscuridad. El público está bajo la hipnosis de ese ser desdichado que conserva aún su talento. Charly se entrevera entre los instrumentos llevando una vela. El sintetizador desgrana sonidos desarticulados. Un coro de voces trae un sentimiento del Tibet. Carter parece sacar fuerzas de algún lado y arremete en francés con “El saltador de islas”. En los saltos de su alma va perdiendo energía e imprevistamente cabecea los teclados y se derrumba. Un fotógrafo dispara flashes repetidamente. Carter se alza violentamente como si fuera un espectro del Fondo Monetario, le arrebata la cámara y fotografía al público que grita enfervorizado: “¡No te mueras nunca, Charly!” “¡Ídolo!” “¡Sos un dios!” Caótico, desmesurado, talentoso. Encorvado por el dolor, Carter se escapa hacia lo oscuro para no regresar ante el clamor de los fans.

(Texto escrito para “Eidos (la imagen)”, obra puesta por el grupo “Tajo”, dirigido por Nicolás Aráoz, estrenado el 5 de abril de 2000, en el Centro Cultural Virla, de la Universidad Nacional de Tucumán).

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