Cosas que no son del tiempo
Por Honoria Zelaya de Nader*
Miro los dispersos colores del amanecer a través de la ventanilla del tren. Tímidamente empiezan los cotidianos quehaceres en Estación Padilla, de la provincia de Tucumán. Ahondo en el silencio.
Sólo sé que hoy, 17 de mayo de 1957, inauguraré mi título de maestra en la Escuela Monte Grande. Que el local escolar se encuentra ubicado en una de las colonias del ingenio azucarero La Fronterita. Que la distancia, desde la estación ferroviaria hasta el establecimiento educativo, registra exactamente diez kilómetros. Kilómetros que deberé transitar diariamente junto a otras cinco docentes provenientes de San Miguel de Tucumán, quienes se unirán diariamente a la nueva maestra, oriunda de Famaillá, para marchar juntas. A veces a pie. Otras, en un carro tirado por caballos.
Miro los dispersos colores del amanecer y me encuentro con los cordones del Aconquija cubiertos de nieve. Con verdes y esbeltos cañaverales. Con innumerables surcos de cañas y en medio de ellos, niños y adultos zafreros, ocupados en la cosecha de la caña de azúcar. En la dura y lacerante tarea denominada la pela.
Son niños, me digo. Hace mucho frío, exclama mi conciencia.
Luego, una ráfaga helada me recuerda:
-Están aquí y vos serás su maestra.
Siento en tales palabras el legado de mis mayores que tejen y entretejen ramajes. En esos niños jóvenes habitan espejos de sueños en simbólicas naves. Mis personales enigmas. Mis voces interiores. Apenas me atrevo a respirar.
Dos gorriones se adueñan del instante y vuelan alto muy alto, mientras busco cantares de sueños para salvar sueños.
De aquel alfabeto inicial quedaron algunas marcas indelebles Pero este segundo es de hierro.
Y lo es más aún, al encontrar en el patio de la escuela alrededor de medio centenar de niños abrazados por el frío, el hambre, el paludismo, la ignorancia, la carencia de sueños. Con infantes con sus estómagos vacíos, quienes habían empezado a trabajar en el surco desde alrededor de las cuatro de la mañana. Quienes al haber iniciado su labor de “peladores” ya registran en sus manitas las heridas generadas por filoso puñal que enmarca a la hoja de la caña.
Me pregunté, no sin angustia ¿Y a estos pobres seres debo enseñarles a leer? ¿Qué les puede importar el alfabeto si tienen lesionados los sueños? Si ni siquiera conocen la palabra futuro. Si el hambre los acosa. Si el frío los invalida. Si las alpargatas desarmadas, los apelan … Si sólo saben qué deben ir a la escuela para que sus padres no pierden el trabajo…
Encolumnados los alumnos cantaban la canción Aurora y mientras la bandera ascendía hacia el tope del mástil, me dije:
Quizás la historia de la lectura no sea nada más que unas cuántas metáforas. Luces del entendimiento. Sueños que nos hablan
desde el silencio impreso. Adán en el paraíso, dibujos del mundo, paquetes de sueños… letras que apresan y otras que nos liberan, pero indudablemente, faros que iluminan futuros.
En consecuencia, inmediatamente pensé: a partir de hoy entregaré a mis alumnitos golondrinas o zafreros, como ustedes quieran, palabras surgidas del había una vez. Concretamente, en mi primera clase narré cuentos y recitamos poemas.
Y a partir de aquellas horas, cada día junto a una narración, sumábamos una letra. Más siempre el cuento o el poema acunado desde el libro ilustrado.
Los ojos de aquellos niños interrogaban a las palabras impresas y conjeturese o o no, hacia el final del año escolar mis alumnos habían aprendido a leer. Y quien escribe este testimonio se abrazó para siempre a la Literatura Infantil Juvenil, absolutamente identificada con Fryda Schultz de Mantovani: como el poeta y el místIco, el niño se expresa en ese mismo lenguaje cuando le pide al viento que no le arrebate las hojas de su árbol preferido o nos cuenta que el sol alumbra para que él pueda jugar en el jardín
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde aquel 17 de mayo de 1957 y nunca he dejado de ser docente. Me he desempeñado en todos los niveles de la enseñanza: primario, secundario, terciario, universitario, post universitario, en Laboratorios de Lectura, como Directora de Cultura de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán, como fundadora de la Cátedra de Literatura Infantil en el Instituto de Perfeccionamiento Docente de la provincia de Tucumán, Como co fundadora del Centro de Información e Investigación en Literatura Infantil (CIILIJ) de la Universidad Nacional de Tucumán, como creadora, como periodista cultural, como investigadora, en suma, en diversas actividades ligadas a las palabras, pero siempre, siempre de la mano de la Literatura infantil juvenil.
Consecuentemente mi tesis doctoral aborda la Especificidad de la Infancia y Función de la Literatura Infantil en los Cantares Tradicionales recogidos por Juan Alfonso Carrizo y en textos de Domingo Faustino Sarmiento y Jorge Luis Borges.
*Miembro de N
úmero de la ALIJ. Creedora. Investigadora. Periodista cultural. Lleva publicado 25 libros y más de 200 notas periodísticas. La Biblioteca del Instituto de Famaillá lleva su nombre. Ha obtenido dos Fajas de Honor de la SADE ,más prestigiosos Premios Nacionales e internacionales.
Un bello relato de una experiencia intransferible, sostenida en el gozo de educar. Un texto cargado de imágenes y. anécdotas manejadas con la nobleza y sabiduría de una excelente escritora. Felicitaciones Honoria.