David Oistraj: Arte y bondad sueñan en cuatro cuerdas
A medio siglo de la partida de uno de los grandes violinistas del siglo 20
Por Roberto Espinosa
Su corazón pareciera latir en Re mayor. Cuando cierra los ojos, el rostro regordete de comechicos se impregna de bondad. Las almas de Beethoven, Brahms y Tchaikovsky abrazan sus conciertos a sus dedos, a su Stradivarius y recuperan el sentido de la vida. Es 24 de octubre de 1974. Imágenes y sonidos le llegan de lejos y se entretienen en los canales de Amsterdam, donde debe dirigir obras orquestales del gran Johannes. Ha tenido ensayos extenuantes en el Concertgebouw.
El violín le trae rumores, también en Re mayor, del concierto Nº 1 de Sergei Prokofiev. Observa sus 18 años en la sala del Conservatorio de Odessa, bajo la atenta mirada de su mentor Piotr Stoliarsky. Es el día de su graduación. David Oistraj está interpretando la versión de piano y violín de ese concierto. “Al poco tiempo Prokofiev vino de visita a Odessa y se lo agasajó con un banquete. Me pidieron que tocara en su honor el Scherzo del concierto. A medida que yo tocaba, su rostro se iba oscureciendo cada vez más. Cuando concluí todos aplaudieron, menos él. Se trepó rápidamente al escenario, sin importarle el tumulto y la excitación del público, se sentó al piano y me dijo: ‘Vea, jovencito, usted no toca como se debe’. Y comenzó a explicarme el carácter de su música. El escándalo fue completo”, recuerda Dodik, como afectuosamente se llama en Ucrania a los David.
Un canto iluminado
El malestar cardíaco ronronea en el pecho. Se ha recostado. Flashes de infancia. El mar Negro recorre el horizonte de sus pupilas. El canto ilumina el rostro de su madre que integra el coro de la Opera de Odessa, donde pocos años después Sviatoslav Richter construirá con él una amistad entrañable en el piano. “No quiero que Dodik se convierta en un niño prodigio, sino en un verdadero músico”, le ha dicho a sus padres el pedagogo Stoliarsky.
1927. Debuta como solista en Kiev y Odessa con el concierto de Glazunov, dirigido por el mismo compositor. Un año después gana su primer premio y en 1935 obtiene en Moscú el lauro de los “Virtuosos rusos”. Con el pecho ancho se presenta en el concurso Wieniawsky de Varsovia, pero la bella y talentosa Ginette Neveu le arrebata el primer puesto. La revancha llega en 1937 cuando vence en el certamen “Eugène Ysaÿe”, de Bruselas. Ignora que ha tocado la sensibilidad de la reina Elisabeth, alumna de Ysaÿe, presente en el concurso. Le obsequia un Stradivarius. Los públicos europeos se inclinan ante su arte.
La purga stalinista le borra la alegría. “Mi esposa Tamara y yo sobrevivimos al año 37, cuando noche tras noche todos los moscovitas temían ser arrestados. En nuestro edificio sólo nos salvamos nosotros y los vecinos del frente. Se llevaron a todos los demás inquilinos adonde sólo Dios sabe. Cada noche temía lo peor; separé algo de ropa gruesa y algunos alimentos para el inevitable momento. No pueden imaginarse cómo la pasamos, temiendo oír en cualquier minuto la fatídica llamada a la puerta o cuando percibíamos el ruido de un auto que se acercaba. Una noche se detuvo un coche negro. ¿Por quién vendrán? ¿Por nosotros? Se cerró la puerta de entrada y empezó a subir el elevador. Se paró en nuestro piso. Oímos los pasos y quedamos paralizados de terror. ¿A qué puerta venían? Transcurrió una eternidad. Luego oímos sonar el timbre en otro lado”.
Las cosas van cambiado. Dodik sale de gira y en 1945 es designado profesor en el Conservatorio de Moscú; tres años después le cuelgan en el pecho la Orden Lenin y en 1953 es nombrado “Artista del pueblo”. Los amigos le crecen en los abrazos. Con el pianista Richter y el chelista Mstislav Rostropovich construye un trío que quedará en la memoria de la música. Shostakovich, Prokofiev, Miaskovsky, Khatchaturian, Kabalevsky le dedican conciertos y sonatas. Con Yehudi Menuhin anuda una relación de aprecio mutuo. Sus colegas Isaac Stern, Arthur Grumiaux, lo admiran.
Gesto poco habitual
“Oistraj era un maravilloso colega; un hombre extraordinario, de una inteligencia, de un refinamiento, de una sensibilidad… un gran músico, probablemente el mejor violinista del siglo y un amigo muy fiel. Piense que me dio la partitura del primer concierto de Shostakovich, cuando él la recibió. Durante dos o tres años, me dio el único derecho de tocarlo y tocamos ese concierto por todo el mundo; también me dio la música de una sonata de Prokofiev. Fue un gran gesto que no es habitual entre los colegas. Desde todo punto de vista, fue un hombre de una gran bondad”, me dijo Menuhin cuando lo entrevisté en París, en 1998.
Las grabaciones con orquestas y obras de cámara se multiplican. Con su hijo Igor interpreta la Sinfonía Concertante de Mozart, en la que ejecuta la viola. “En este concierto donde los temas son tanto personajes como espectros, el violinista debe comprometerse entero como si fuera un actor shakespereano”, dice sobre el Opus 77 en La menor de Shostakovich. En los años 60, se adueña de la batuta y no le va mal como director de orquesta. Con el violín sigue desatando la emoción en el mundo. “Los discos me ponen de mal humor: si no son buenos, evidentemente no estoy contento, y si son excelentes, no estoy seguro de poder tocar luego la misma obra en ese nivel”, afirma.
“Admiro en él la pureza de su música, el sentido de las estructura, única de su sonoridad, su calidez, su carisma en el escenario y por sobre todo su humildad frente a la composición”, le explica la violinista Anne-Sophie Mutter a la revista “Le Monde de la Musique”.
Los 66 años miran por la ventana del hotel las flores de Amsterdam. Cierra los ojos. Se pregunta si Odessa estaba soleada el 30 de setiembre de 1908 cuando su madre lo trajo al mundo. Se deja llevar por el mareo cardíaco que danza en Re mayor. Los pentagramas de Brahms se reflejan ahora en los espejos del más allá. El zurdo decide empacarse el 24 de octubre de 1974. Llueve tristeza en el Concertgebouw. La pena desborda los canales holandeses, se cuela en varias ciudades, cuando se comenta que David Oistraj ha muerto.