El estremecedor relato a la BBC de un traficante de personas sobre cómo funciona su negocio ilegal
Antes de subirse al bote en el que realizaría ese cruce clandestino, Shafiulla llamó a sus familiares en Afganistán para decirles que estaba en camino hacia Europa y que se encontraba bien.
Esa fue la última vez que supieron de él.
La embarcación que los traficantes habían escogido para llevar este cargamento humano -de al menos 32 afganos, siete paquistaníes y un iraní- se hundió en el lago Van, en Turquía, el pasado junio.
Y todavía no se han encontrado sus restos.
Las autoridades turcas le dijeron a la BBC que algunos de los cuerpos podrían estar a unos 100 metros de profundidad, lo que haría bastante difícil recuperarlos.
Riesgo y culpa
La BBC le preguntó a Noor si se sentía culpable por la gente que se había ahogado o si era responsable por sus muertes.
«Duele cuando sus familiares me preguntan qué pasó. Dos de los cuerpos del barco fueron recuperados, mientras que otros dos permanecen desaparecidos», señaló el contrabandista.
«Ellos eran bastante jóvenes y estaban en la búsqueda de un mejor futuro, que es el derecho que tiene cualquier persona», agregó.
Pero, aunque expresó su pesar por las muertes, no admitió ninguna responsabilidad sobre lo ocurrido.
«Me disculpé varias veces con las familias. He estado en contacto con ellas de forma regular. Pero las familias saben que yo no quería que pasara esto», dijo.
«Les dije claramente desde el principio, cualquier cosa puede pasar en el camino. Pueden ser arrestados y deportados por la policía. Secuestrados por milicianos, muertos en accidentes. Las familias habían aceptado esto», añadió.
«Dios será quien decida si me perdona o no», concluyó.
Crimen organizado
Noor es uno de los muchos contrabandistas de personas que opera de manera abierta y libre en la capital de Afganistán, Kabul.
Él promociona sus servicios con cifras que señalan una alta tasa de éxito en su traslado de personas a Italia, Francia y Reino Unido, debido a sus buenas conexiones con otros criminales.
«El tráfico humano no es un negocio individual sino una gran cadena. Tenemos contactos entre contrabandistas. Por ejemplo, yo no voy con los migrantes. Todo se arregla por teléfono», anotó.
Y nunca le faltan clientes. Especialmente con cientos de personas desesperadas por dejar Afganistán
Naciones Unidas informó que 2,7 millones de afganos viven fuera del país como refugiados.
A nivel mundial, esos números solo los superan Siria y Venezuela.
Noor no necesita publicidad. Sus clientes lo llaman y hace bien en solo confiar en el «voz a voz». Muchos jóvenes afganos buscan a un contrabandista que ya haya enviado a gente fuera de la región y Noor ha estado en este negocio por mucho tiempo.
Pero solo una pequeña parte de quienes tratan de llegar a Europa lo logran en su primer intento, muchos incluso desaparecen para siempre.
«Quiero ver su cuerpo»
«Sabíamos que el viaje era peligroso. Pero no sabíamos que iba a pasar esto», le dijo a la BBC Sher Afzal, el tío de Shafiullah.
Está de luto, pero con un dolor extraño y vacío al que le faltan certezas: Shafiullah es uno de los que figuran como desaparecidos después de la tragedia en el lago Van.
«Queremos ver su cuerpo. No esperamos que esté vivo«, señala Afzal.
La familia quiere enterrarlo. En Kabul ya se hicieron las dos ceremonias fúnebres para los cuerpos que fueron recuperados.
Incluso el padre del contrabandista visitó a los familiares, en compañía de unos ancianos, para presentar sus condolencias.
El viaje de Shafiullah tenía como objetivo encontrar una mejor vida en Europa occidental. Veía que no había futuro para él en la ciudad de Jalalabad, en el este de Afganistán, y contactó a Noor para que lo llevara a Italia.
Le pagó al contrabandista US$1.000 como cuota inicial, mientras se iba juntando con otros migrantes y se movía de un lugar a otro en carro, camiones y a veces a pie.
Shafiullah cruzó Irán y llegó a Turquía. Eso fue lo más lejos que llegó. La llamada, aquella llamada final a orillas del lago Van, fue el 26 de junio.
Noor dijo que le había devuelto la plata a la familia de Shafiullah -dato que fue confirmado por la BBC- y a los otros cuyos viajes se habían interrumpido.
Negocios lucrativos
Esta tragedia le ha aumentado los recelos sobre este negocio. Él reconoce que es ilegal y que siempre hay un costo humano cuando las cosas van mal.
Sin embargo, no le resulta fácil dejar este negocio atrás después de haber vivido de esta profesión tan lucrativa durante tantos años.
«Cobramos US$1.000 desde Afganistán hasta Turquía. Desde Turquía hasta Serbia es US$4.000. Desde allí hasta Italia es US$3.500. Son algo así como US$8.500 por el viaje completo«, dijo.
Esto es mucho dinero en un lugar donde el ingreso per cápita solo llega a US$500.
Noor gana entre US$3.000 y US$3.500 por cada migrante que llega a Italia.
Y todo lo que tiene que hacer un contrabandista es levantar el teléfono, arreglar una transferencia de dinero y sobornar a algunos miembros de las autoridades afganas, según señala.
Él nunca se reúne con sus clientes en persona, a menos que se trate de un amigo o un familiar.
Noor confía en su reputación para atraer a sus clientes y desconfía de hablar con extraños.
Es una vida cómoda (lo que no es fácil de lograr en Afganistán) y las trampas de la riqueza son obvias: los carros, la ropa. Las casas.
La BBC tuvo conocimiento de otro contrabandista que abandonó el negocio, pero regresó a él un año más tarde.
Casas seguras
El hombre admitió que los migrantes se enfrentan a un viaje peligroso e ilegal, en el que viajan sin documentos. Y añadió que se mantienen escondidos de día y ganan terreno durante la noche.
Y añade que sus redes de tráfico utilizan casas seguras a lo largo del camino, en ciudades como Teherán, Van (Turquía) y Estambul.
A las personas que viajan se les avisa que no lleven ningún elemento valioso, como joyas o relojes, que puedan atraer a los ladrones.
Usualmente, Noor aconseja a los migrantes no llevar más de US$100 en efectivo.
«No me responsabilizo si los agarra la policía, pero si son secuestrados por milicianos o grupos armados entonces se paga un rescate por ellos», explicó Noor.
Dependiendo de la intensidad de las patrullas policiales, el viaje hasta Turquía puede durar semanas o meses.
Este país es donde confluye la mayoría de los afganos que quieren llegar a Europa.
Huyendo de los talibanes
Un migrante que logró pasar por Estambul en su camino hacia Occidente fue Harta Sah, un exsoldado del ejército afgano.
Después de que el poblado donde vivía quedó bajo control de los talibanes, este joven de 25 años temió represalias en contra de su familia y decidió desertar del ejército e irse del país.
Comenzó el camino en la ciudad de Nangarhar, en el este de Afganistán, a principio de este año. Y le contó a la BBC su difícil camino, que tiene como destino Italia.
Aunque él no fue enviado por Noor, tiene mucho para decir sobre los contrabandistas.
«Después de llegar a la frontera (entre Turquía e Irán), nos llevó casi un mes llegar a Estambul. Me quedé ahí por un par de meses, trabajando en hoteles para conseguir algo de dinero para pagarle a los contrabandistas», contó Shah.
La ruta del Mediterráneo Oriental, que involucra cruzar el mar entre Turquía y Grecia, es muy popular entre los afganos.
La Agencia Europea de Fronteras estima que cerca de 14.000 personas cruzaron hacia Europa a través de esta ruta en los primeros ocho meses del año.
Y de ellos, una cuarta parte serían afganos.
Según el relato de Shah, fue difícil ir desde Grecia hasta Bosnia -fue deportado muchas veces antes de finalmente lograrlo- y sus empeños en moverse más allá de Bosnia fueron repetidamente fallidos.
«Es horrible. En el último intento quedé herido de gravedad. La policía me golpeó. Nos arrebataron nuestros sueters y zapatos y nos obligaron a regresar en medio de la noche. Es muy difícil el paso«, recordó.
«No pueden ayudar»
Shah no está seguro de si va a llegar a Italia, pero no está de humor para llamar a los contrabandistas en Afganistán para que le ayuden.
Dice que ellos desaparecieron ante la primera señal de problemas y todos los que iban en este viaje se arrepintieron de haber confiado en ellos.
«Hay una posibilidad de que mueras o seas secuestrado en cada etapa del viaje y nadie te puede ayudar», relató Shah.
«Los contrabandistas no tienen manera de conseguir ayuda, porque le tienen miedo a la policía. Es un juego sucio«, señaló.
Durante su camino estuvo en lugares con condiciones muy precarias y durante estos meses vio morir a muchos.
«Recibes apenas la comida y el agua mínima para mantenerte vivo. Me tocó ver morir personas de sed. Los otros migrantes no lo pueden ayudar, porque si le das agua, luego podrías enfrentar tú una situación similar»,
De acuerdo a la organización Internacional de Migración, al menos 672 personas murieron en el mar Mediterráneo este año.
Esto es principalmente porque son forzado a viajar en botes atiborrados y cuando las condiciones del mar son las peores.
Muchos otros, como Shafiulla, murieron antes de llegar al Mediterráneo, y no están incluidos en las estadísticas.
«Muchas personas mueren. A menos que estés muy desesperado, nadie debería hacer este viaje, Es muy peligroso«, dijo Shah.
Pero no hay un atajo para los afganos más desesperados.
Después de la explosión de una bomba en la embajada alemana en Kabul en 2017, que mató al menos 150 personas, la mayoría de los países europeos cerraron sus centros de solicitud de visas en Afganistán, lo que hace los viajes legales a Europa un problema.
Esto lo único que ha hecho es incrementar el número de personas que buscan a los contrabandistas como Noor, más allá de los riesgos.
De migrante a contrabandista
Alguna vez, Noor vivió una situación similar.
Como muchos otros, quiso tener una vida confortable en Reino Unido e hizo el mismo viaje cuando tenía 14 años.
Su padre le pagó US$5.000 a los contrabandistas.
«Todavía recuerdo las dificultades de mi viaje, particularmente en Bulgaria donde nos mantuvimos escondidos en trenes. De hecho me vi obligado a saltar desde un tren en movimiento», recordó Noor.
En ese viaje le tocó presenciar muchas muertes antes de llegar a Calais, en Francia. Allí vio la oportunidad de ganarse un dinero fácil.
«Yo le presentaba migrantes a otros contrabandistas en el campamento de Calais. Me daban una comisión de 100 euros por migrante», señaló.
Ese fue el momento en que Noor comenzó su negocio del tráfico humano.
Noor finalmente llegó a Reino Unido y continuó trabajando con contrabandistas. Pero a los 21 años, cuando se dio cuenta que la policía estaba detrás de él, viajó de regreso a Afganistán.
«Como ya era famoso cuando hacía negocios en Reino Unido, muchos se me acercaron y buscaban mi ayuda cuando volví», relató.
Algunos de los migrantes que alcanzaron a llegar a Europa a través de la red de Noor, comenzaron a pasar sus datos. Su reputación comenzó a crecer.
«Más allá de la incertidumbre y lo difícil del camino, la gente sigue confiando en mi para llegar a estos países», señaló.
Unas 100 personas que confiaron en Noor para llegar a otros países están actualmente en camino, pero él estos serán los últimos.
Afirmó que va a dejar el negocio una vez sepa que estos han llegado a salvo a su destino.
¿Fin del camino?
La tragedia en el lago Van le ha pasado factura a la conciencia de Noor.
Dice que los cuatro que estaban en el barco volcado son los únicos clientes que ha perdido en todos sus años como traficante, y eso ha provocado desacuerdos y problemas con su familia.
Ahora quiere dejarlo y piensa que puede seguir con su negocio de tráfico de personas solo hasta fin de año.
Sin embargo, un colega suyo le dijo a la BBC que estaba sorprendido por la decisión de Noor y que cree que al contrabandista le resultará difícil dejar el negocio atrás.
La gente continuará llamándolo durante los próximos años, y la oportunidad de ganar dinero no desaparecerá simplemente en el momento en que termine.
Queda por ver si Noor puede dejarlo, pero con él o sin él, el tráfico de personas ciertamente continuará.
En Jalalabad, los preparativos ya están en marcha. A pesar de saber lo que le pasó a Shafiullah, dos de sus familiares están a punto de embarcarse en este peligroso viaje con la esperanza de llegar a Europa.