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Fechorías inmortales, satíricas diatribas

Los días jueves 10 y 17, viernes 11 y 18 y sábados 12 y 19, a las 21 (en todas las fechas) volverá a escena, en la sala Orestes Caviglia, bajo la dirección de Ricardo Salim la comedia ¨Scapino, el tránsfuga¨, a cargo del elenco Fundación Teatro Universitario. ¿Le gusta el teatro? Es pecado no verla.

Esta es, desde mi punto de vista, una de las apuestas más fuertes de cuanto se vio en esta temporada, sin desmerecer ningún otro trabajo; y en este artículo pretenderemos demostrarlo. Comencemos con el texto, una adaptación de la pieza Las trapacerías de Scapin”, llamada también la ¨comedia italiana¨ de Jean Baptiste Poquelin, a quien conocemos, artísticamente, como Molière.

En el interior del espectro de los curiosos y atractivos sirvientes desarrollados literariamente en sus dramas por Molière, Scapin no solamente se presenta como el más perspicaz y refinado sino también como el más ingenioso y patético. Ese extraño modo de ser no parece ensamblarse con armonía con el modelo del camarero servil y rastrero. La obra no nos ofrece mucha información sobre quién es, se centra más en cómo obra. Hay estudiosos estilistas que afirman que este personaje está inspirado en las comedias latinas de Terencio, pero nosotros preferiremos inclinarnos hacia quienes dicen que se apoya en obras populares cómicas italianas y francesas.

Ricardo Salim toma la pieza de Molière y, respetuosamente, adapta el texto, preservando la anécdota y el delicado diseño psicológico de los personajes en donde no se escatima la crítica a la hipocresía social y a los absurdos mandatos “de clase”.

La historia

La pieza trata sobre dos jóvenes pudientes que, en ausencia de sus padres, dos prósperos y adinerados negociantes, se enamoran de quienes no corresponde a su clase y posición: Octavio, de la desamparada Jacinta, una huérfana con quien además se casa a escondidas, y Leandro, quien se enamora de Zerbinetta, una supuesta gitana. El enredo se origina cuando los padres retornan, se enteran de todo, y amenazan con impedir estos amores impropios. Allí juega la picardía de Scapino, un sirviente que ha resuelto auxiliar a los jóvenes amantes, con la ayuda de su amigo Crispin. La intriga que se genera desde el original a esta adaptación anuncia para los amantes un final feliz, algo diferente del que le aguarda al criado, “perdonado” a regañadientes por los enojados señores, con una “vuelta de tuerca”, que no relataremos para evitar “spoilear” el original desenlace de la versión.

Una mirada sobre esta puesta

Este es uno de los desafíos más fuertes que acepta la Fundación Teatro Universitario bajo la batuta experimentada y segura de Ricardo Salim, en una pieza harto difícil, ardua, compleja, que no mengua en ningún momento su demanda de ritmo y desopilante simetría en la regularidad de energía que debe mantener en el desarrollo. La experiencia y el curtido equipo de recursos que éste director despliega en el escenario, permite que ese ritmo se sostenga y el espectador no notará siquiera la hora y media que la obra dura. ¨Scapino, el tránsfuga¨ divierte y entretiene, cavila y reflexiona, deleita y da lugar al debate y las consideraciones personales.

Con una escenografía sintética, de convenciones y estructuras sencillas, que organiza funcionalmente y con claridad, Salim preserva la “unidad de tiempo y espacio” aristotélica a través de la simplicidad y de la ausencia de decoraciones “extra”, que no contribuyan a la trama, lo cual no significa que no haya escenas bellamente iluminadas y presentadas, como el estupendo cuadro inicial, de tenues azules con el actor recitando en algo que parece teatro de sombras de una singular belleza. Otro tanto ocurre con el estricto vestuario que libera al espectador del compromiso de remitirse al siglo XVII, y resigna este detalle a libre elección del público, lo cual nos parece, una diestra e intencionada decisión del director que contribuye así, al siempre exigido mandato de “actualización” del texto a través de la puesta en escena.  

Sin embargo, es en el enmarañado dispositivo de la rítmica de la obra en donde Salim hace su mejor trabajo. Imposible detallar la enorme batería de recursos que se exhibe en el desarrollo, pero es esa preservación a rajatabla del ritmo lo que permite la preeminencia que logran en esta puesta las estupendas actuaciones del elenco. Esa columna, además, se asienta en la lectura que este director hace de la crítica original Moliere, y sin rebuscamientos, pone al descubierto un mundo de mentiras, hipocresías, engaños, estafas y malintencionadas acciones. Asuntos bastante delicados que en esta puesta han sido más que bien resueltos por Salim apelando a elementos payasescos, con otros tomados de las comedias de enredo que son una verdadera delicia de agilidad, juego teatral puro y diestros recursos de entretenimiento, particularmente en la desopilante y divertida escena, hacia el final, cuando Crispin relata lo ocurrido a Scapino y los demás personajes conforman un graciosísimo y estereotipado coro que responde al unísono. Felicitamos y aplaudimos la estupenda labor de uno de nuestros directores más emblemáticos y representativos.

El actor Gonzalo Véliz (Scapino) es, sin dudas, uno de los actores más interesantes e importantes de las últimas décadas de nuestra provincia. Dotado de una extraordinaria batería de recursos escénicos actorales, acepta el desafío de un personaje que es capaz de extenuar al más entrenado de los actores sin dejarse caer ni por un instante. Su esfuerzo es enorme y el resultado es asombrosamente efectivo y que roza la excelencia, porque logra impactar fuertemente en el espectador con gracia y soltura. Sus mejores momentos se sitúan hacia los instantes cumbres de la obra; allí se expresa tanto que nos hace pensar si lo sucedido no fue más que un juego, en el que los pusilánimes, los ridículos y los grotescos son los demás. Es que el papel de Scapin (¿tal vez del italiano scappare como señalan algunos?) continúa siendo el de un estratega popular, que pertenece al llano, porque sabe de desventuras, sabe de desgracias e impotencias, y es el que quizá, mediante sus escaramuzas, pueda escapar de la propia desgracia. Véliz trabaja a fondo sus recursos actorales y los utiliza con inteligencia y sincera entrega escénica. A nuestro juicio subjetivo, nos parece innecesario apelar a algunos recursos artificiosos que, aunque ocasionalmente generan risa en la platea, desvirtúan la labor estética del contexto. El personaje, reiteramos, es difícil y compromete altas dosis de energía y eso hace que, en algunos momentos la dicción se comprometa. No obstante, estos son meros detalles que, seguramente, con el desarrollo de la temporada irán ajustándose y ordenándose y, en lo personal, estoy seguro de haber visto en este trabajo formidable uno de los mejores de los últimos años.

El resto del elenco cumple eficientemente su labor en el escenario y nos limitaremos a mencionar los trabajos destacables de, por ejemplo, Indio Armanini, porque su manejo corporal desarrolla eficientemente la plasticidad de los actores de la Commedia dell’ Arte, porque de eso se trata. A el sumamos, al siempre solvente y talentoso Andrés D’ Andrea en un papel que le cae y desarrolla a su medida particularmente en las escenas finales en las que exhibe sus dotes de comediante de elegantes recursos. Finalmente, Francisco Galarzo compone su disciplinado y obediente Crispín con gracia y soltura, con un disciplinado y proyectado manejo vocal y recursos corporales.

En síntesis. ¿Le gusta el teatro? ¿Quiere de verdad apoyar la labor de nuestros creadores? ¿Quiere pasar un buen momento en una platea? Entonces hágalo realidad y vaya al teatro y vea este estupendo trabajo, que no va a sentirse defraudado y va a disfrutar de verdad.

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