«Fresa y chocolate» una experiencia teatral única, íntima y reflexiva
No tiene desperdicio, definitivamente es buen teatro. Excelente texto, impecables actuaciones, estupenda dirección, vaya esta noche a ver “Fresa y chocolate” que no va a arrepentirse. Solo habrá una última función en Tucumán, es esta noche, no diga que no se lo advertimos.
Sin mayores preámbulos ni meditaciones, la obra se dirige decididamente a la discriminación ideológica y a la intolerancia ante las preferencias sexuales; esto es, segregación ideológica por un lado, intransigencia y fanatismo sexista por otro.
La obra se yergue como una indeclinable defensa a la libertad del ser humano, con un vehemente amparo a la intimidad de las personas en sus ideas y preferencias. Y si la película estrenada hace 20 años fue enternecedora y bella, el efecto que tiene en el teatro genera resultados abrumadores.
El reparto se distribuye entre los actores Gregory Preck (David), Leonardo Gavriloff (Diego), Walter Fornasero (Miguel) , con la asistencia de Dirección de Horacio López y dirección y Puesta en escena de Leonardo Gavriloff, con la Producción de La Pluma Teatro.
“Fresa y chocolate” es una historia pura entre dos hombres: Diego y David que se conocen en la clásica heladería cubana Coppelia, para luego desafiarse con un deseo: poder ser auténticos. Se trata de un espacio de libertad, de pensamientos y sentimientos entre dos hombres que no obstante su desigualdad sexual, arriban a un destino puro y real: ser ellos mismos. Con la presencia constante de Miguel un personaje que representa el pensamiento revolucionario, a veces, represor. Todo transcurre en un clima de ensueños, realidad y recuerdos que se mezclan en esta obra cruda, conmovedora, con una música que recrea el espíritu cubano, un pueblo sensible lleno de historia y de encanto.
El director y actor tucumano Leonardo Gavriloff radicado en Buenos Aires, que nos visita con esta estupenda producción, centra su propuesta en la valorización del formidable texto de Senel Paz, y elige un camino en el que reduce al mínimo sus caudales de expresión, y es, digamos, minimalista, y sin embargo en cada reducido recurso, hay una metáfora sobrevolando con valores simbólicos y morales.
El espectador se enfrenta a una propuesta en la que los objetos son invisibles, muy bien manejados por el elenco, en una puesta en la que, precisamente, todo se trata de hacer visible lo que es invisible, que está oculto o simplemente negado de la realidad cotidiana, y son los gestos, el manejo de la energía y la batería de recursos expresivos los que se convierten en protagonistas.
Una soga delimita el espacio de la libertad señalado sobre el escenario. Podrían ser las paredes… podrían ser los límites. Solo hay dos sillas en el interior y es allí en donde vemos las ventajas y desventajas de la reclusión y las fragmentaciones inducidas por la ideología y la discriminación. Y aunque los personajes pretendan ser libres en ese espacio, enfrentarán sus imposibilidades subjetivas de la libertad en su propio espacio.
El personaje de Diego, estupendamente interpretado por el propio Gavriloff, libra una batalla revolucionaria, pero por su propia libertad íntima, con el mismo ardor con que lo hace David el joven estudiante, militante convencido del comunismo y librepensador, en un muy buen trabajo del actor portorriqueño Gregory Preck que convence y conmueve a cada instante en un personaje que, dialécticamente, pone en lucha, sus dudas, sus contradicciones, sus ambigüedades. Gavriloff encarna al personaje repudiado y discriminado por el pueblo, con un toque de humor y llenándolo de ternura y de una afectuosa seducción. Preck juega también humorísticamente en escenas de ambigüedad y de recia ternura.
A ellos se sumará Miguel, un personaje extraño, definitivamente alegórico, que simboliza la opresión del régimen, que se vuelve forzoso desde lo dramático, para sustentar, durante el desarrollo de la historia, el interés por las flaquezas emocionales que van emergiendo en la relación de amistad que surge entre un intelectual y artista homosexual y un joven revolucionario enamorado de la revolución Cubana. La responsabilidad de este personaje recae eficientemente en Walter Fornasero, que convence y persuade ideológicamente según es la trama-
En este sentido, tanto Gavriloff como su elenco, entienden en su totalidad que el encargo de Senel Paz, está centrado en el respeto a la diversidad, tanto en lo cultural como sexual, tanto en lo político como en lo religioso, porque son varias las secuencias que aluden a la libertad de práctica espiritual y política.
“Fresa y chocolate” en esta puesta, analiza y se sumerge sin miedo a través de desnudos que sitúan lo humano en el plano de la igualdad que no se demuestra en el trato entre los hombres, situados en tenues y exiguos juegos de iluminación, y cálidos mensajes musicales.
Voces en off nos remiten a omnipresencias de libertad, a la experiencia mística de esa libertad, a la militancia por la autonomía. Numerosas citas literarias de todos los tiempos, eruditas y profundas, en la boca del discriminado, nos ponen en alerta.
Por estas razones, se lo repetimos textualmente: Solo habrá una última función en Tucumán, es esta noche, no diga que no se lo advertimos.