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La sociedad ha linchado al sistema

Ayer los tucumanos solo vimos la punta de un iceberg; más abajo subyace, amenazante, el volumen y el curso de nuestros problemas sociales verdaderos

Quisiera comenzar este análisis explicando que, muchos de los que integramos Prensa Activa Digital, seamos padres o no, pasamos estas jornadas, particularmente la de ayer, con sentimientos contrapuestos. Las imágenes de algunos de los videos eran espeluznantes, tanto que, algunas de ellas, por decencia, pundonor, respeto al dolor de los padres y la familia de Abigail, y por la necesidad propia de paz y orden social, acordamos unánimemente, como equipo editorial, no publicar ni sumarnos a la cadena de reproducciones en las redes; va más allá de lo “políticamente correcto” o el mal gusto, es simplemente, decencia periodística.

En lo que pasó ayer se indujeron juegos diferentes, pero con los mismos naipes, todos ellos marcados por la falta en el resultado.

Primero, la falta grave de un sujeto que ha cometido un delito incalificable; luego, la comprometida falta de la policía que parecía actuar embrollada y con insuficiencia; más allá, la falta en la lentitud inoperante de la justicia que ya lucía como injusticia; la falta de un grupo de personas, comprometido sinceramente con el dolor, pero aferrado más a la venganza que al orden; y finalmente, la ausencia (falta) del poder del estado para constituir, justamente, todo este hilo, convertido ya en desmadre ante el sufrimiento y la impunidad.

Es muy importante que no confundamos estas premisas que distribuyen equitativamente culpas y errores por partes casi iguales, porque lo peor no está a la vista.

La salvaje muerte de Abigail y la brutal muerte de su presunto homicida son solo síntomas, porque esa no es la enfermedad sino la expresión clara de que la enfermedad está instalada en la sociedad. Y entonces, podemos hacer el recorrido a la inversa, y si somos objetivos, podremos observar y detectar la falla en el estado, en el sistema legal, en la sociedad y finalmente, en el sujeto.

¿Qué está pasando? ¿Cómo se muda en palabras lo que realmente nos ocurre como sociedad? Es aventurado sumergirnos en una sola hipótesis, es demasiado pronto y aún duelen las heridas, pero es hora que empecemos a pensar qué nos pasa.

Estamos viviendo en un escenario anómalo de ponderable presión como sociedad. Pandemia, muertos, contagios, cuarentenas, incomunicación, pobrezas, ausencias, delito en crecimiento, desinformaciones, mentiras, fake news, falta de trabajo, descreimiento, y una lista que puede ser más larga y apremiante, que solo indica que este es un pueblo que está enfermo, no sólo de Covid 19, sino de necesidades insatisfechas, de clamores no escuchados, de ausencias notables, de hambre y sed bíblica de justicia y de convivencia en paz.

La ley del Talión

Se que algunas sociedades orientales aún la aplican con éxito dentro de su esquema de orden social, pero la Ley del Talión ya no es válida como herramienta moral para los cristianos, desde la época misma de Cristo, que fue quien la abolió.  

La aplicación de la Ley del Talión puede hallarse en el famoso Código de Hammurabi, escrito en el siglo XVIII a.C., en tiempos del rey Hammurabi, de quien toma su nombre. Pero, aunque tenga los miles de años que tiene, hasta allí se plantea, que además de la reciprocidad en la pena, debe existir la presunción de la inocencia. Por eso existen los juicios.

En La Biblia, encontramos el código que inspiró las leyes de la antigüedad hasta la aparición del Derecho Romano. La pena antigua vengaba el delito, practicando al delincuente el mismo daño o mal que el practicaba.

Esta es la vetusta y anticuada versión de la justicia que la sociedad ha comenzado a aplicar respondiendo al descontento, ciudadanos de bien que se convirtieron en homicidas para castigar al homicida.

¿Y quienes de los que son padres, querría que sus hijos los miren como asesinos? O bien, ¿Qué ejemplo se le dio ayer a los que tienen la edad de Abigaíl? ¿Qué sociedad justa mata a patadas a un hombre que, presuntamente, sería el hombre que presuntamente cometió la violación y homicidio de la pequeña?

Este es el turno de los cambios en todo el mundo. ¿Qué cambios tendremos pagando violencia con violencia, dolor con otro dolor, muerte con más muerte?

Por supuesto que el Estado no logró implementar una política exhaustiva e integral de lucha en contra de los delitos, capaz de incluir todas las áreas de este complejo problema, en donde se asoma, solapadamente la marginalidad, la exclusión social y el desplazamiento de sectores que no tienen acceso a las oportunidades, pero por otra parte, la sociedad deberá entender que no puede excluirse de lo que es el orden, y que un camino de violencia que no tiene escapatoria ni vuelta atrás, nos conduce al infierno de convertir en culpables de homicidio a quienes matan al homicida, así como en simpatizantes del delito de homicidio a quienes aprueban este tipo de barbarie.

En la pieza teatral Fuenteovejuna, el legendario Félix Lope de Vega nos dice en boca de uno de los personajes:

“Cuando se alteran los pueblos agraviados,

y resuelven,

nunca sin sangre o sin venganza vuelven.”

Y es quizás por eso que, con urgencia, debemos preservar la institucionalidad y evitar estos estados que solo conducen a lo caótico y sin rumbo. Lo ya dicho: ese tipo de justicia, no es justicia, es venganza.

Y si tal como hemos visto, todos los mecanismos fallaron, y vamos a seguir aplicando la Ley del Talión, existe el peligro de que quedemos todos ciegos al perder ambos ojos, porque no veremos el verdadero problema ni la gravedad de las consecuencias.

Nuestro compromiso como sociedad es preservar el espíritu de lucha para que las instituciones funcionen. Y si la policía no actúa con eficiencia, la Legislatura no genera un marco legal apropiado, los jueces aplican penas leves, la sociedad no solo tiene el derecho, sino el deber, de exigir que funcionen eficientemente y como corresponde, pero las patadas y los machetazos están a la altura del homicidio y la barbarie.

Es hora de entender que el castigo no es optativo, es obligatorio, que son los jueces y no los vecinos los que administran la justicia; que la justicia debe basarse en leyes justas que no permitan con trampas y vericuetos técnicos que los delincuentes “entren por una puerta y se vayan por otra”, que es la policía el brazo ejecutor de las directivas de la justicia, y sobre todo, es hora de entender que este humo negro es señal de la presencia de fuego, que debemos controlar, regular, y normalizar antes de que nos devore. Quizás la historia, en esta coyuntura terrible, nos esté ofreciendo la oportunidad irrepetible de construir otro mundo, no lo lograremos jamás desde la violencia.

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