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Las dos Argentinas

Por Roberto Espinosa

Estás en lo cierto cuando afirmás que todo comenzó a gestarse hace 214 años. Encuentros. Desencuentros. Confianza desconfiada. Idas. Vueltas. Lealtades. Desconfianza confiada. Traiciones. Enfrentamientos. Sangre fraterna derramada. División. Soberbia. Autoritarismo. El nacimiento fue traumático y aunque la historia oficial habla de revolución, es decir un cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional, lo nuestro fue más bien un movimiento separatista y discursivo, con ansias de independencia, porque sólo hubo un cambio de personas, pero las instituciones del colonizador perduraron. Fijate que en ese momento, hubo diferencias entre aquellos, como Castelli, Moreno y Belgrano que apostaban a la gestación de una nación libre, con identidad propia, y otros que impulsaban la moderación para no poner de mal humor al poder monárquico. Pero fíjate que, lejos de una actitud revolucionaria, los integrantes de la Primera Junta de Gobierno juraron en nombre de Fernando VII. Buenos Aires se convirtió en la voz cantante de ese anhelo independista, poder que defendería y perduraría a lo largo de nuestra historia.

Seis años después, los congresistas reunidos en Tucumán decidieron que las provincias de la Unión fueran una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli. Sin embargo, ese impulso de unión naufragó rápidamente. El puerto y la Aduana manejados por Buenos Aires fueron centrales en los enfrentamientos entre hermanos que se dieron pronto y que se prolongarán hasta la década de 1870. En 1819, el Congreso sancionó una Constitución unitaria y centralista, en la que todo poder quedaba en manos de Buenos Aires y perjudicaba a las provincias. Esta fue rechazada e irrumpieron en la escena los unitarios y federales, dando inicio a la desorganización nacional, como te gusta decir a vos. Los primeros querían mantener el sistema centralista heredado de la administración colonial, mientras los segundos promovían las autonomías provinciales. Fijate que había dos proyectos de país enfrentados. Ya en 1812, se había evidenciado esta división, cuando Belgrano desobedeció al poder central porteño, se plantó en Tucumán con el Ejército del Norte y derrotó a los realistas, “salvándole la ropa” al “interior”, donde vivían los cabecitas negras, según la apreciación del puerto.

Esa reina

Tanta sangre derramada en esta lucha fratricida hasta que, en 1852, hubo un intento de unión con el Acuerdo de San Nicolás, que fue rechazado por Buenos Aires que se negó a participar del proceso constitucional iniciado por la Confederación Argentina, cristalizado en 1853. Siempre díscola, la reina del Plata elaboró su propia carta magna que sancionó en 1854. Se sacó el ropaje de provincia para convertirse en Estado y fijó sus límites territoriales. Es decir que había en la práctica dos Argentinas. La Confederación seguía dependiendo de Buenos Aires, porque la Aduana, la principal fuente de impuestos, era controlada por los porteños. Varios países europeos y americanos reconocían sólo a la Confederación, pero sus diplomáticos preferían residir en Buenos Aires y no en la pequeña Paraná, la capital confederada. En 1859, se celebra el Pacto de San José de Flores. Buenos Aires acepta adherirse a la Constitución de 1853, una vez reconocidos sus privilegios. Por supuesto, los porteños se negaron a ceder la aduana a la Confederación.

Quebrado en dos

Como dice el tango, la historia vuelve a repetirse y de un modo crónico. Siempre el país quebrado en dos. Rosistas y sarmientistas, alberdianos y sarmientistas, conservadores y radicales. Golpistas y demócratas. Peronistas y radicales… Los golpes militares minaron las instituciones, fogoneados por los enemigos de adentro, que son los que vendieron y venden el país todos los días al poder económico, que antes tenía el rostro inglés y norteamericano y desde hace tiempo son multinacionales sin careta. El dios mercado nos gobierna. El dólar nos esclaviza. El Fondo Usurario Internacional volvió a ser nuestro asesor espiritual. Un país partido en antinomias que nos enfrentan: River-Boca, Maradona-Messi, Atlético-San Martín, Néstor-Cristina-Macri-Milei. La patria es el otro, pero siempre que este piense igual que yo. La casta de los economistas que se reciclan y hunden cada vez más el país. Los fracasados, que ocuparon y vuelven a ocupar lugares de poder, siguen opinando sobre cuál es la salvación del país y cada vez, vivimos peor. Los jubilados siguen siendo el último orejón del tarro. En pos de que cierren los números se desfinancia la salud, la educación, la cultura. La casta gobernante analfabeta ataca la ciencia, la cultura nacional, busca destruir la identidad de un pueblo, argumentando sospechas de corrupción que la Justicia debe comprobar.

Vos argumentás que esta dirigencia cuenta aún con el aval del 56% de votantes, pero eso no significa que tenga carta abierta para destruir la cultura nacional, amparándose en sospechas, en rumores, en la ignorancia. Hemos vuelto a la antinomia: alpargatas sí, libros no. Si no hay algodones en los hospitales, ¿por qué invertir en cultura? Una falacia. Alpargatas y libros para todos. Si sólo hay alpargatas y algodones, se está apostando a una sociedad sin alma, sin solidaridad, sin identidad, sin raíz. Para el ignorante, la cultura, la ciencia son sus enemigas, así como la educación que es el motor del progreso.

Estamos en una situación límite. Fijate que lejos de buscar el consenso, de favorecer la unión, no solo se profundiza la grieta, sino que el Poder Ejecutivo agrede, extorsiona a las provincias, las amenaza con quitarles más recursos, si no se ponen de rodillas ante el amo. Lo absurdo es que la Nación no produce nada, administra los recursos que las provincias producen y tributan al poder central, y este los distribuye ahora según su parecer. Las dos Argentinas son cada vez más evidentes. ¿Si nosotros somos el interior, Buenos Aires es el exterior? Las provincias patagónicas se han unido para hacer frente a este maltrato del Ejecutivo, que hace gala de actitudes antidemocráticas, autoritarias y acusa de traidores a quienes no se someten a sus designios. Humilla a los gobernadores y tilda de nido de ratas al Congreso, del cual el presidente formó parte hasta diciembre pasado.

Una imposibilidad

Como bien señalás, en más de dos siglos, no hemos sido capaces de unirnos para construir un país digno, en el que valga la alegría vivir. Somos especialistas en desunión, aunque el seleccionado de fútbol es un ejemplo de que si queremos, podemos dejar de lado las diferencias y unirnos tras un objetivo común. Tenemos una suerte de imposibilidad de convertir las palabras y los discursos en realidades tangibles. La intolerancia con el que piensa diferente se ha profundizado. Lo más peligroso es querer, una vez más, desmantelar el patrimonio del país para dárselo a los personeros del poder económico internacional. Ya vivimos esta penosa experiencia durante la década de 1990 y no hemos aprendido nada de los errores cometidos. Siempre se habla de autocrítica, pero nadie la practica, la culpa es siempre de los otros. Nadie se hace cargo de los yerros, por eso, repetimos la historia en forma cíclica. Si Sísifo resucitara, seguramente adoptaría nuestra nacionalidad. La descalificación es moneda corriente. Las gentes de bien son los seguidores del presidente. Los otros son los malos, los corruptos, la casta. El maniqueísmo es pavoroso. Difícilmente un país pueda salir adelante sobre la base del insulto permanente, desfinanciando la educación, la salud, la cultura, vendiendo su enorme patrimonio a los amigos del poder económico. ¿Acaso los países desarrollados y propietarios del mundo han llegado a donde están porque han rifado las joyas de la abuela?

Las dos Argentinas son más evidentes que nunca y si este proceso de escisión se sigue acentuando, el agua puede llegar al río, y no precisamente de un modo amable. Ya que en 214 años hemos demostrado una alarmante discapacidad para unirnos, ¿qué sucedería si las 22 provincias del “interior” se declararan libres e independientes de Buenos Aires y de su ciudad autónoma, y conformaran otra nación? Sería un intento de dar por tierra este país unitario que, hasta ahora, ha sido modelo de desigualdad, discriminación, prepotencia. Si el finado Thomas Hobbes hiciera un repaso de nuestra historia que repite cíclicamente sus procesos, quizás se preguntaría: ¿El argentino es un lobo para el argentino?

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