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Mi querida cantora:

Por Roberto Espinosa

En una rama de esta luna que nos está mirando, la sonrisa de doña Ema y don Tucho se ha sentado. Un reventón de recuerdos estalla como corola en flor de solo volver a ver tu alegría en esta casa, donde nació tu corazón un 9 de julio. La pilladita con tus hermanos, la rayuela, el cola sucia, se dibujan en este parque a una cuadra de este lugar, donde también jugaban a la pelota y oficiabas de arquera, sin saber que ibas a tener que atajar y patear varios penales a lo largo de tu vida. La calidez de Lobito de la Vega se despliega en el caballete de El Rosedal, donde ejercitabas tus escaramuzas con el lápiz. El rumor de la pobreza no te borró la risa. Esas manos planchadoras y los brazos fortachones se ocuparon de ahuyentar los sinsabores. Su amor los fue amasando. Pobres, pero felices.

Las voces de Chocha, Chichí y Cacho resuenan entre estas paredes. Boleros, zambas y tangos aroman ese Parque de Grandes Espectáculos que los cobijaba a pocos metros de acá. De aquí partiste a la escuela San Martín aquel día en que faltó una maestra y fuiste con una compañera a LV12, donde había un concurso de canto, que ganaste y que te abrió una puerta de la vida como Gladys Osorio para que tus tatas no se enteraran de tu travesura musical.

Este es el pasaje de los sueños de la Marta, como te llamó siempre doña Ema. En las paredes de esta casa, donde vivieron también tus abuelos, germinó la esperanza. No imaginabas que el canto te haría una zancadilla para quedarse en tu destino de cantora, ese que muchas veces te costaba sobrellevar por las pérdidas, ausencias y soledades que te acompañaron siempre. Pero también hubo muchas satisfacciones, alegrías, abrazos con tus hermanos, con tus amigos, te acarició la ternura de miles de argentinos, de muchos pueblos, que se emocionaron con tu arte incomparable. Nuestro querido Tucumán viajó en tu voz por una buena parte del mundo, que se enteró que éramos un Jardín de la República. Generosa con tus colegas, ayudaste a mucha gente silenciosamente, sin sacar tajada ni ir a los medios a contar lo buena que eras.

No solo el canto, también el compromiso por las causas nobles y justas llevaste en tu puño en alto, defendiendo siempre a la mujer. Y sabías bien de qué se trataba porque te costó abrirte camino en el folclore, dominado por hombres. 

Aquí, en este lugar, donde está tu raíz, nos hemos constituido hoy para honrarte. Para que tu casa natal pueda ser recorrida por los tucumanos y todas las personas de buena voluntad que quieran y trabajen por construir una sociedad más decente, que sea digna de vivir, en la que no haya que irse a otras geografías para realizarse profesional, humanamente.

Hoy, nos hemos reunido para celebrarte. Para decirte que la casa donde viste el alba primera, ha vuelto a la vida. Te pedimos que la compartas con tus comprovincianos para que cada vez que entren acá que se sientan un latido de tu corazón de cantora.

Fuiste el grito del silencio. Voz amasada en vidala. Brazo de la dignidad. Frágil sueño de un negrito. Dolor de los humildes. Desamparo de mujer. Pájaro atado a la vida, caricia que se amanece. Una zafra de pobreza. Miedos, insomnios y rezos. Un corazón en ristre, vendimiando el amor. Un arroyo fluyendo en el aire del Aconquija. Una ternura parida en el repulgo del tiempo, una flor que desflora en libertad una pasión. Una dulzura amarga que riega el cañaveral. Amor desatado al viento. Mi querida Negra Sosa, abrazo de luz es tu canto en la soledad de la muerte.

Gracias, querida hermana Mercedes Sosa, por resucitar desde hoy y cada día en este pedacito de San Miguel de Tucumán.

Roberto Espinosa

(Carta leída durante la inauguración de la Casa Museo “Mercedes Sosa”, ubicada en el pasaje Miguel Calixto del Corro 344, el 5 de agosto de 2021).

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