Monteagudo impulsor del fervor revolucionario
Bernardo de Monteagudo nació en Tucumán el 20 de agosto de 1789, un mes después de que estallara en París la que pasaría a la historia como la Revolución Francesa. Estudió en Córdoba y luego, como Mariano Moreno y Juan José Castelli, en la Universidad de Chuquisaca (actual Bolivia) donde, en junio de 1808, donde se graduó como abogado.
El 25 de mayo de 1809, fue uno de los promotores de la rebelión de Chuquisaca contra los abusos de la administración virreinal y a favor de un gobierno propio que sería la chispa de la Revolución que estallaría un año después en Buenos Aires. Castelli, había tomado la estratégica ciudad el 25 de noviembre.
Así salieron, el 13 de diciembre de 1810, los primeros 53 españoles desterrados para la ciudad de Salta. La lista fue armada personalmente por Castelli.
El Alto Perú tenía una doble connotación para hombres como Monteagudo y Castelli. Era sin duda la amenaza más temible a la subsistencia de la revolución y era la tierra que los había visto hacerse intelectuales. Fue en las aulas y en las bibliotecas de Chuquisaca donde Mariano Moreno, Bernardo de Monteagudo y Juan José Castelli habían conocido la obra de Rousseau y fue en las calles y en las minas del Potosí donde habían tomado contacto con los grados más altos y perversos de la explotación humana admitida en estos términos por uno de los principales responsables de la masacre, el Virrey Conde de Lemus: “Las piedras de Potosí y sus minerales están bañadas en sangre de indios y si se exprimiera el dinero que de ellos se saca había de brotar más sangre que plata.”
El 14 de diciembre de 1810, Castelli firmó la sentencia que condenaba a muerte a los enemigos de la revolución y principales ejecutores de las masacres de Chuquisaca y La Paz, recientemente capturados por las fuerzas patriotas.
El día 15, en la Plaza Mayor de la imperial villa se ejecutó la sentencia.
Cumpliendo con las órdenes de la junta, Castelli había iniciado conversaciones secretas con el jefe enemigo Goyeneche para tratar de lograr una tregua. Una pieza clave en las negociaciones fue Domingo Tristán, gobernador de la Paz y primo de Goyeneche. Finalmente el armisticio se firmó el 16 de mayo de 1811.
Como era de esperar, la noche del 6 de junio de 1811, las tropas de Goyeneche rompieron la tregua: una fuerza de 500 hombres atacó sorpresivamente a la avanzada patriota. Goyeneche pretendía que las que habían violado la tregua eran nuestras tropas por haberse defendido.
Pero aún en la derrota, aquellos hombres no se daban por vencidos. Quizás en aquellas noches de charlas interminables en los valles andinos haya nacido el plan político que los morenistas sobrevivientes a la represión expondrían en la Sociedad Patriótica, y es muy probable que Bernardo de Monteagudo haya esbozado las primeras líneas del proyecto constitucional más moderno y justo de la época y que publicaría en la Gaceta de Buenos Aires meses después.
Castelli fue enjuiciado y obligado a bajar a Buenos Aires para ser juzgado por la derrota de Huaqui y por su conducta calificada de “impropia” para con la Iglesia católica y los poderosos del Alto Perú. Ningún testigo confirmó los cargos formulados por los enemigos de la revolución.
Monteagudo se hizo cargo de la dirección de la Gaceta de Buenos Aires, donde escribía textos como el que sigue: “Me lisonjeo de que el bello sexo corresponderá a mis esperanzas y dará a los hombres las primeras lecciones de energía y entusiasmo por nuestra santa causa. Si ellas que por sus atractivos tienen derecho a los homenajes de la juventud, emplearan el imperio de su belleza en conquistar además de los cuerpos las mentes de los hombres, ¿qué progresos no haría nuestro sistema?”.
El 13 de enero de 1812 participa de la fundación de la Sociedad Patriótica y comienza a dirigir su órgano de difusión, El Grito del Sud. La Sociedad Patriótica junto a la recién fundada Logia de Caballeros Racionales (mal llamada Logia Lautaro) con San Martín a la cabeza participará el 8 de octubre de 1812 del derrocamiento del Primer Triunvirato y la instalación del Segundo que convocará al Congreso Constituyente que conocemos como la Asamblea del Año XIII en la que Monteagudo participará como diputado por Mendoza. La Asamblea adoptará una serie de medidas que Castelli y Monteagudo habían concretado en el Alto Perú: la abolición de los tributos de los indios; la eliminación de la Inquisición; la supresión de los títulos de nobleza y de los instrumentos de tortura.
El 10 de enero de 1815 edita el periódico El Independiente, que apoya incondicionalmente la política del director Supremo Carlos María de Alvear. Al producirse la caída del Director, Monteagudo es desterrado y viaja a Europa. Residirá en Londres, París y en la casa de Juan Larrea en Burdeos. Pudo regresar al país en 1817 cuando San Martín lo nombra Auditor de Guerra del ejército de los Andes con el grado de Teniente Coronel. Redactó el Acta de la Independencia de Chile que firmó O’Higgins el 1º de enero de 1818.
A comienzos de 1820 fundó en Santiago el periódico El Censor de la Revolución y participó de los preparativos de la expedición libertadora al Perú. Colaboró estrechamente con San Martín quien lo nombrará, poco después de entrar en Lima, su ministro de Guerra y Marina y, posteriormente, ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores. Muchas de las medidas tomadas por San Martín, como la fundación de la Biblioteca de Lima y de la Sociedad Patriótica local, fueron impulsadas por Monteagudo. Propició la expropiación de las fortunas de los españoles enemigos de la revolución: “Ya no se encuentran esos grandes propietarios que, unidos al gobierno, absorbían todos los productos de nuestro suelo; subdivididas las fortunas, hoy vive con decencia una porción considerable de americanos que no ha mucho tenían que mendigar al amparo de los españoles”.
El 25 de julio de 1822, mientras San Martín se encaminaba hacia Guayaquil (actual Ecuador) para entrevistarse con Bolívar, se produjo un golpe contra Monteagudo en Lima. El alzamiento fue promovido por los sectores más conservadores, que encontraron eco en el Cabildo de la ciudad virreinal y consiguieron la destitución y la deportación del colaborador de San Martín. Monteagudo se radicó por algún tiempo en Quito, tras ser un testigo privilegiado de la decisión de San Martín de renunciar a sus cargos y delegar el mando de sus tropas en Bolívar. El libertador venezolano lo incorporó a su círculo íntimo y le confió la tarea de preparar la reunión del Congreso Anfictiónico que debía reunirse en Panamá para concretar la ansiada unidad latinoamericana. Pero entre la gente más cercana a Bolívar había importantes enemigos de Monteagudo, como el secretario del Libertador, el republicano José Sánchez Carrión, que desconfiaba del tucumano porque lo creía un monárquico. Estaba ocupado y entusiasmado en la concreción de aquel sueño de la Confederación sudamericana, cuando recibió un anónimo que decía: “Zambo Monteagudo, de esta no te desquitas”. Sin darle la menor importancia a la amenaza, la noche del 28 de enero de 1825 iba con sus mejores ropas a visitar a su amante, Juanita Salguero, cuando fue sorprendido frente al convento de San Juan de Dios de Lima por Ramón Moreira y Candelario Espinosa, quien le hundió un puñal en el pecho. Un vecino del lugar, Mariano Billinghurst, acudió al lugar y trató de auxiliarlo ordenando su traslado al convento, donde fue atendido por un cirujano y un boticario que nada pudieron hacer para salvar su vida.
Espinosa fue detenido y Bolívar lo interrogó personalmente para saber quién lo había contratado para matar a Monteagudo, pero el sicario mantuvo el secreto. Según distintas versiones nunca confirmadas, el instigador del crimen fue Sánchez Carrión quien poco tiempo después murió envenenado.
Monteagudo, previendo a sus críticos contemporáneos y futuros publicó en La Gaceta de Buenos Aires: “Sé que mi intención será siempre un problema para unos, mi conducta un escándalo para otros y mis esfuerzos una prueba de heroísmo en el concepto de algunos, me importa todo muy poco, y no me olvidaré lo que decía Sócrates, los que sirven a la Patria deben contarse felices si antes de elevarles altares no le levantan cadalsos”.
Fuente: Felipe Pigna ( historiador)