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Pulsiones del corazón

Por Roberto Espinosa

Cuando la adolescencia en Tafí Viejo reunía a los amigos en la vereda, a la sombra de un crespón, la palabra vertebraba a menudo el entretenimiento. Mi hermano Héctor tenía el don de concitar la atención.

Un hecho trivial era la excusa para contar una historia. Iniciaba el relato presentando al protagonista, al cual describía físicamente y luego iba dando algunos datos sobre su vida. Aparecían luego otros personajes. Con parsimonia iba creando situaciones, manteniendo siempre la atención en el relato.

Los más impacientes queríamos ir al grano y saber cómo terminaba la historia. Pero Héctor iba agregando detalles, describiendo gestos, vestimentas, estados anímicos. De ese modo, un episodio callejero intrascendente que podía contarse en unos cuantos minutos, se convertía en una narración. Sin proponérselo, Héctor era un narrador oral nato, aunque nunca se haya dedicado a la escritura.


La obra literaria en prosa en la que se narra una acción fingida en todo o en parte, y cuyo fin es causar placer estético a los lectores con la descripción o pintura de sucesos o lances interesantes, de caracteres, de pasiones y de costumbres, es una de las definiciones de novela que nos ofrece el Diccionario de la Real Academia Española. Al igual que los otros géneros literarios, la novela toma temas universales que le rondan al ser humano desde siempre, como la vida, la muerte, el amor, la soledad, la felicidad, la esperanza, la desesperanza, el poder, temas metafísicos, como la existencia o la ausencia de un dios, la búsqueda de lo absoluto, del sentido de la vida.


“La novela es realmente un juego abierto que deja entrar todo, lo admite, lo está llamando, está reclamando el juego abierto, los grandes espacios de la escritura y de la temática. El cuento es todo lo contrario: un orden cerrado”, decía Julio Cortázar.
El amor es una de las pulsiones esenciales de la vida y, por lo tanto, lo es también de la literatura y de todas las expresiones del arte. Desembarcó en la novela a fines del siglo 18 y alcanzó su máxima expresión y popularidad en el romanticismo del siglo 19. Es un género que ha perdurado en el tiempo con distintas características, y sigue concitando la adhesión de los lectores, justamente porque al amor es un sentimiento universal que constituye a las personas.


“Irina” es la primera obra literaria y novela de Verónica Popovich, ingeniera electrónica que, tras su jubilación, se propuso bucear en la narrativa, para cumplir con una asignatura pendiente. Por cierto, la lectura estuvo presente en su vida desde la infancia, alentada por sus padres. De manera, que se puso manos a la obra. Atraída por la novela histórica, buscó documentarse, para ofrecer un marco adecuado al relato. La escritora presenta dos historias que se entrecruzan. Una se desarrolla entre 1973 y 1976 en Santa María de Catamarca que abarca el retorno de Perón al país con todas las vicisitudes políticas, el Operativo Independencia hasta el sangriento golpe militar. Las coordenadas autobiográficas se mezclan con la materia ficcional. Paralelamente, se cuenta la historia de Irina, una viuda distinguida, en la Salta de 2017, con un pasado de amor y sufrimiento vivido con un descendiente de los pueblos originarios, que ella ha tratado de olvidar, pero que reaparece en su vida de un modo insospechado, despertándole un estado de zozobra interior. A modo de contrapunto, se desarrollan las historias que se tocan al final de la primera parte.


Popovich muestra su pericia para el tratamiento novelesco de las historias, logrando mantener atrapado al lector hasta el final. No parece, por cierto, una principiante, todo lo contrario. Las sostenidas lecturas, especialmente novelas, a lo largo de su vida, parecen haber amasado en su interior una sensibilidad literaria que le permite narrar con fluidez. La autora asume el papel de narradora omnisciente que todo lo sabe acerca de los personajes y su destino. En la segunda parte de la novela, la historia de Irina se desarrolla en Salta y en una finca de Tolombón. Ese pasado casi enterrado en la memoria vuelve con fuerza al presente y desata en la viuda contradicciones, temores, angustia. La revelación de una verdad oculta podría afectar a su hijo. Popovich sabe dosificar las tensiones en el relato que en ningún momento decae y llega a un final inesperado.


“Irina” es una novela del corazón que se lee de un tirón y que bien podría convertirse en una telenovela porque contiene los ingredientes necesarios de este género que concita, por lo general, la atención de un público femenino ávido de historias románticas. La ingeniera electrónica Verónica Popovich sorprende con este debut más que auspicioso, exhibiendo un oficio propio de una escritora avezada, que augura un futuro literario venturoso.

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