Saartje, la esclava africana que hablaba cuatro idiomas y fue exhibida en circos por el tamaño de sus glúteos
Era una sirvienta de unos granjeros holandeses, de apellido Cezar, que se establecieron cerca de Ciudad del Cabo. No se conoce con precisión si era hotentote o bosquimana, pueblos de baja estatura, emparentados estrechamente y procedentes de África del sur. Los bosquimanos eran cazadores y los hotentotes, un pueblo de pastores que criaba ganado vacuno. En la actualidad, los antropólogos ya no usan esos nombres, sino que los designan como khoi-san a los dos pueblos.
A esa criada, la bautizaron con el nombre de Saartjie Baartman. Saartjie (se pronuncia Sar-qui) significa “pequeña Sara” en africaans, que es el dialecto holandés hablado por los colonos en África. Se cree que nació en 1789.
Quién fue Saartjie Baartman
Su padre fue asesinado mientras pastoreaba animales y entonces una familia holandesa de Ciudad del Cabo se apropió de Saartjie; para su desgracia, se dedicaban al tráfico de esclavos, actividad que convertía en ricos terratenientes a estos miserables, y en miserables a los habitantes de la región. Decían sus “patrones” que Saartjie era una mujer libre, pero vivía como una esclava.
Primero vivió con el jefe de la organización de comerciantes de personas, un tal Peter Cezar, que se la entregó a un holandés cuyo nombre no ha sido registrado, con quien vivió poco tiempo, hasta que la tomó el hermano de Peter Cezar, de nombre Hendricks, que vivía en las afueras de Ciudad del Cabo, y la sumó a los esclavos de la familia. Saartjie probablemente tuvo dos hijos, que murieron en la infancia, y una relación con un soldado holandés llamado van Jong, que terminó cuando su regimiento se mudó a otro lugar.
William Dunlop, un cirujano militar escocés que trabajó en Ciudad del Cabo, fue quien le dio la idea a Hendricks Cezar de sacar más provecho de Saartjie pues este médico estaba muy preocupado por proveer especímenes a los llamados “Zoológicos humanos” que proliferaban en Europa en el siglo XIX.
Acaso Dunlop tuviera una comisión, el caso es que le sugirió a Hendricks que Saartjie viajara a Inglaterra para ganar dinero actuando en espectáculos, o sea, exhibiéndola, aunque a ella se lo propusieron engañosamente como un trabajo. Saartjie se dio cuenta de inmediato de las intenciones de sus dueños y se negó firmemente, pero al final cedió con una condición, que su patrón, Hendrik Cesars, la acompañara. Ahora era Hendricks quien no quería ir. Sus negocios en Sudáfrica lo tenían agarrado del cuello aunque justamente por eso, porque debía pagar muchas deudas, finalmente aceptó. Hendricks aseguró que haría a Saartjie una mujer rica y convenció hasta el gobernador de El Cabo, lord Caledon, de que la dejara partir.
¿Cómo se divertían los europeos de principios del siglo XIX?
El quid de la cuestión para comprender esta historia está en la pregunta: ¿cómo se divertían los europeos de principios del siglo XIX? Lo exótico atraía. Las teorías antropológicas consideraban como subhumanos a los blancos con malformaciones y también a los representantes normales de ciertas etnias. La exhibición de personas insólitas en las ferias se convirtió en un gran negocio, tanto en los salones de la alta sociedad como en las kermeses callejeras. Y los supuestos salvajes procedentes de lejanas tierras constituían una de las principales atracciones en este tipo de exhibiciones. Tal vez haya sido el propio Hendricks Cezar quien le puso a Saartjie el sobrenombre de “Venus Hotentote”. Estaba muy claro qué aspectos de su cuerpo quería resaltar.
No es posible saber, en resumen, si Saartjie viajó por su voluntad o fue obligada. Tal vez aquello de que la acompañara su patrón haya sido una mentira. Saartjie tenía una situación que no le permitía imponer ningún tipo de condición. Era una esclava. Pero ya estaba en Londres y, como se acostumbraba, para exhibirla la colocaron en una jaula sobre una plataforma a un metro sobre el nivel del suelo. Un guardia le ordenó que saliera de la jaula. Fue presentada como una bestia salvaje y le ordenaban moverse hacia atrás y hacia adelante, y salir y entrar de la jaula, como si fuera un animal en lugar de un ser humano. En la escala racista, los bosquimanos y los hotentotes compartían con los aborígenes australianos el último puesto de la escala, apenas por encima de los chimpancés y los orangutanes.
La joven estaba dotada de glúteos muy desarrollados, característica que destacaba en un cuerpo que medía poco más de un metro cuarenta de altura. En su tierra, eso no era nada fuera de lo común pues lo mismo ocurría con otras mujeres de su mismo origen, pero en Europa provocaba, más que curiosidad, una malsana atracción. Su peculiaridad física, llamada esteatopigia, es decir la predisposición a acumular grasa en la zona de la espalda, era y sigue siendo una característica común entre mujeres de múltiples grupos étnicos africanos, incluso en el hotentote, al que pertenecía Saartjie. Ella ocultó al público su segunda peculiaridad, que se define macroninfia, que es el tamaño significativo de los labios de su vulva, que sobresalían unos ocho centímetros. Saartjie Baartman atrajo a una multitud de espectadores e hizo que sus explotadores ganaran fortunas.
En Londres, vivió en Duke Street, en el barrio de St. James, que era la parte más cara de la ciudad. El grupo estaba formado por Saartjie, Hendrik Cesars, Alexander Dunlop y dos niños africanos traídos ilegalmente por Dunlop desde Ciudad del Cabo. Al llegar a Londres, Dunlop consiguió un contrato para exponer al grupo en el salón egipcio de Piccadilly Circus el 24 de noviembre de 1810. La chica fue la atracción y el holandés Cesars hacía de presentador de la velada.
La gira europea de Saartje Baartman
Sin embargo la exposición generó un gran escándalo porque solo unos años antes, en 1807, se había aprobado en el reino la ley de Comercio de Esclavos que convirtió en ilegal la compra y venta de seres humanos. El asunto terminó en la Corte, donde los jueces trataron de averiguar si Saartjie había actuado de acuerdo con su voluntad o si había sido forzada. Las crónicas no permiten saberlo, aunque lo probable es que haya aceptado una orden de su patrón –la de viajar a Europa–, que los esclavos no estaban en condiciones de rehusar.
Después de tres horas de interrogatorio, los jueces quedaron satisfechos al definir a Saartjie como una mujer libre, actuando de acuerdo con su voluntad y recibiendo la mitad de la tarifa total (que no era cierto). La publicidad dada por el caso judicial aumentó la popularidad de Saartjie y sus obligadas actuaciones, y la mujer fue exhibida en una feria en Limerick, Irlanda, en 1812, y luego en Bury St. Edmunds, en Suffolk. El 1 de diciembre de 1811, Baartman fue bautizada en la catedral de Manchester, y también contrajo matrimonio ese mismo día, aunque no se sabe quién fue el novio.
De los años que van de 1812 a 1814, no quedó mucho registrado, pero se sabe que, alrededor de septiembre de 1814, Saartjie fue llevada a Francia bajo la protección de Henry Taylor, que, viendo su potencial como atractivo de feria, la ofreció a varios emprendedores.
Taylor vendió a Saartje a un adiestrador de animales, un tal Réaux, quien la maltrató y exhibió durante unos quince meses en el Palais Royal de París. Fue visitada por algunos naturalistas franceses, entre ellos Georges Cuvier, el mayor anatomista de Francia y encargado principal de la colección de animales del Muséum National d’Histoire Naturelle, y se realizaron numerosas pinturas científicas en el Jardin du Roi, donde fue examinada en marzo de 1815. Frédéric Cuvier, el hermano menor de Georges, informó: “…la niña se vio obligada a desvestirse y ser retratada desnuda”. En realidad, Saartjie no se quedó completamente desnuda, aunque parecía que lo estuviera, pues usaba un pequeño delantal que ocultaba sus partes íntimas, lo que le permitía mantener un mínimo de modestia en honor a su cultura. Incluso cuando le ofrecieron dinero para quitarle el velo, Saartjie nunca se desnudó por completo.
Saartje Baartman y la humillación parisina
En París, los científicos ya no la trataron ni siquiera como esclava. Le pusieron una correa alrededor del cuello. Cuvier, que había estudiado mucho a las mujeres, señaló en su monografía que ella era inteligente, con una excelente memoria, especialmente para los rostros. Además de su lengua materna, hablaba con fluidez el holandés, un inglés aceptable y un poco de francés. Describió los hombros y la espalda como “elegantes”, los brazos “delgados”, las manos y los pies como “encantadores” y “agraciados”. Agregó que sabía bailar según las tradiciones de su tierra y tenía una personalidad viva.
Fuente: TN