¿Una cuestión de rótulos, voluntad o empatía?
Muy de cerca me tocó vivir la burla del peso, la moda no “adaptada” a una talla real y la no aceptación constante de mi realidad corporal.
Comprendo el aspecto saludable de no tener sobrepeso u obesidad, como por ejemplo poder hacer actividad física, sentarte en una butaca del cine, subir a un juego del parque de diversiones, bailar en primera fila en tu presentación de danza y hasta sentirte atractiva por “entrar” en ese pantalón blanco.
Una vez vi una publicidad de un jabón que hablaba de curvas reales, de inclusión y de visualización de cuerpos. Me hice adicta a sus productos, al margen de su real efectividad como tal, amé esa campaña comercial por “sentirme” parte o aceptada por un sistema sumamente destructivo y materialista, que te marca una línea para tener éxito, o cierto puesto de trabajo, determinado estilo de vida o ser parte de un extracto social.
Mi vida estuvo atravesada por esta disyuntiva. Tenía que ser buena, agradable, simpaticona porque gorda ya era.
Llevo tiempo de terapia, libros de autoayuda, elecciones en busca de respuestas como una carrera para poder descifrar todo ese torbellino que se desata en estas “vanas” situaciones ( que para algunos puede resultar sumamente superficial, para otros, nos marca en muchos aspectos de nuestras vidas ). De resultado, tuve un entendimiento parcial del trabajo que necesitaba hacer para poder convivir conmigo.
Pertenecer a determinados grupo tuvo su sacrificio emocional, la modificación obligada de muchas partes de mi personalidad para “encajar”. No era producto de mi mente, la discriminación existía, en un lenguaje implícito, en risas cómplices a la burla de la blusa que no coincidía con el resto del vestuario, en los anteojos que desdecían la moda, o en la necesidad de mayor espacio para pasar entre mis pares.
No se trata solo de crecer con la fortaleza que te brindan en casa, con la seguridad de valorar lo importe que sos como persona. Uno “es”, en espejo con el otro. Estamos inmersos en una sociedad; que como muchos intelectuales, sociólogos hasta epistemólogos han desarrollado, nos necesitamos para “ser”, para encontrar significado y significante de lo que somos en relación con la “otredad”. Simple juego de palabras que podríamos explayar, pero que quizás no resumiría todo lo que el “gordo” siente cada vez que carga esa etiqueta.
Estas líneas seguramente hablarán de una parcialidad de esta realidad, de mi experiencia como “gorda en pausa”, “pupula”, “la que debe conformarse con el que la saque a bailar” porque ya le hacen el favor de mirarla. Fuerte no?, pero no es victimización. Es verbalización de lo que se calla por no tener seguridad o convicción de que tu peso no te define como persona.
En mi caso, traigo a colación un escenario muy gráfico: me casé. Y lo hice teniendo 26 años y 150 kilos. Tuve síndrome metabólico que me obligó a tomar pastillas para contener el desarrollo de diabetes; se me adormecía el cuerpo al caminar o al estar recostada hasta incluso sentada; perdía el cabello en cantidades aberrantes; no dormía. Y todo aquello que deducen que le sucede al “gordo” por ser como es. Y aun así, me casé. Y el comentario general era que quedaba linda en el vestido porque no parecía yo dentro de él. Era mi cuerpo, no había dejado nada antes de ponerme esas telas. Tan básico como eso.
Mi historia amorosa se disolvió al tiempo, con la duda de «merecer» ese papel, con la duda de soportar o no lo que vivía por «agradecer» que me hayan «elegido» cuando era invisible para los demás. Pero me escuche, me priorice.
Como si el amor pasara solo por el cuerpo. El amor propio, claro. Como si un título, un vestido o unos kilos definieran quien soy. Tristemente sí. En esos momentos sí. En los momentos de vulnerabilidad, en los que nos creemos poquita cosa, sí.
La mirada del otro pesa, irónicamente, pesa.
Las entrevistas de trabajo, conocer gente nueva, un chico para enamorarte, las reuniones familiares, una simple salida al súper o un baile con amigas. Todo está mediado por las etiquetas. Por los roles que se ocupan. Insisto: no es una victimización.
Con los “sube y bajas” de peso, con una cirugía bariatrica de por medio, miles de dietas experimentadas, horas de entrenamientos en el gym e innumerables privatizaciones; sigo en la búsqueda del motivo que hace a esta humanidad ser tan cruel.
Cruel con la crítica, con el desprecio, el desplante, la falta de empatía.
Quienes estamos de este lado de la vereda ( como si fuese una grieta social en cierto punto ), no la pasamos bien. No hablo solo de los “gordos”, sino también todos los que no entran en los estándares aceptados para la “normalidad”.
Pero, ¿Qué es ser normal?. ¿De acuerdo al parámetro de quién o qué?.
Son varias las causas de esta enfermedad que te condena a lucharla día a día: la genética, la ansiedad, las presiones emocionales (fuertemente), la desorganización por horarios, otras enfermedades patológicas como el hipertiroidismo, entre miles, la lista puede seguir.
Aún asi, creo que Soy más que los kilos que me sobran.
No disminuye mi capacidad intelectual por la cantidad de estrías o celulitis que puedan tener mis piernas. Sigo siendo hija, hermana, amiga, amante, estudiante, periodista o los miles de rótulos que puedan asignarme.
Todos tenemos una función para que esta gran maquina social funcione, las posiciones son necesarias. Adoptar un perfil urge para que todo siga su cauce. Aquí esá la razón de etiquetar a las personas: el maestro, el alumno, el directivo, el conserje, el comerciante, el administrativo, etc. Pero, ¿pueden notar que no es lo mismo usar aquellas que peyorativamente buscan el entretenimiento de unos pocos, el beneficio comercial de unos tantos?.
Humanizar la humanidad.
Tener empatía por el otro, con el otro, hacia el otro.
Nos falta bastante para poder comprender las batallas que cada uno desata interiormente con un simple “si no fueras gorda, serias hermosa”, “lástima que estés así, con una dieta tendrías un lomazo”, “con ese aspecto no podemos tenerte en este trabajo”, “no sos una carta de presentación para la empresa”, “baila atrás, se te mueve mucho todo”.
Vale igual con quienes sufren por aumentar de peso, quienes tienen una discapacidad motriz o mental, quienes han perdido algo o alguien y se sienten indefensos. Vale ante cualquier discriminación o aspecto de superioridad innecesaria.
En estos tiempos tan extraños, las redes sociales son un arma de doble filo. Nos inundan con recetas mágicas para el descenso de peso, de consejos que activen el metabolismo, de ejercicios caseros para movernos, pero agraciadamente también se está “normalizando” hablar de las emociones, de los sentimientos, de todo lo que el gordo silencia para continuar.
Te aseguro, porque lo vivo (aunque cometa el error de generalizar), que nadie es feliz siendo el “gordo”. Algo tan simple como lavarse los pies cuando te bañas se hace una odisea, sentirse libres de comer algo sin el juicio del otro, elegir una vestimenta por disimular el rollito y no por gusto, estar al último o querer sobresalir para entrar en ciertos círculos. No, no somos felices. Nos conformamos, hasta que algo nos hace ruido y comenzamos la búsqueda desde otros lugares para aprender a aceptarnos, lidiar con esto que no es fácil, sobreviviendo a los fantasmas externos y los propios.
Es una parcialidad. Todo lo que escribí hasta aquí es una parcialidad, y podría intentar abarcar más cosas, siguiendo en la parcialidad. No dejo de lado los temas clínicos propios, la necesaria ayuda de la terapia psicológica, el apoyo familiar y la quita de ideas como «falta de voluntad«, «falta de compromiso«. Ser gordo tiene otros aspectos que la opinión publica ignora. Es un tema más complejo que «dejar de comer» y nada más.
Seamos más empáticos. Amemos sin prejuicios, soltemos el dedo acusador o directriz. Entendamos que cada uno está en un lugar con muchas cosas dentro, de las que sabe que debe mejorar, no critiquemos al azar. Seamos más empáticos.
Viralicemos las buenas acciones, iniciemos compañas que no segreguen, incentivemos, proyectemos, sumemos. Necesitamos ser y hacer con el otro. Sé que queda mucho por decir sobre este tema, la pandemia nos ayudó a redefinir muchas cosas, y replantearnos otras. Comprendamos esto y seamos más empáticos.
*Imágenes ilustrativas tomadas de la Web