Los Monstruos, una de las mejores propuestas teatrales de 2021
Por estos días, se supone que el espectáculo Los Monstruos, en cartel hasta el fin de semana que pasó, haya bajado de escena. Aún así sumamos este comentario con la expectativa que, en algún momento pueda volver a repetirse para bien el público y del teatro.

Andrea Barbá y Mariano Juri son los únicos actores que el espectáculo tiene bajo la dirección y puesta en escena de Sebastián Fernández. Una banda de música en vivo, integrada por Rodrigo Noé Ferreyra, (dirección musical y piano), Germán Herrero Heinecke (guitarra y coros), Anabel Yorbandi (bajo y coros), Hernán Ruiz (batería y coros) y Fátima Biñón (coach vocal).
Los Monstruos es un espectáculo sobre un padre (Mariano Juri) y una madre (Andrea Barbá), sus pretensiones y propósitos, sus fantasías y sueños para con sus respectivos hijos. Claudio (Juri) es el papá del tremendo y desobediente Patricio, mientras que Sandra (Barbá), es la mamá de la díscola y complicada Lola. En la historia, por razones distintas, tanto Claudio como Sandra ejercen sus roles de padres en soledad.
También los actores lo están en escena, porque, aunque los otros protagonistas son los niños Patricio y Lola, jamás los “veremos” en el escenario, aunque, desde el comienzo, el desafío de los actores y director será lograr que consigamos sentir sus presencias con pura actuación y recursos escénicos.
Compromisos y responsabilidades intensos, fajinas cotidianas, aprietos y conflictos permanentes, a pesar de que son vividos individualmente, son compartidos desde que Patricio y Sandra empiezan a relacionarse. Un pequeño inconveniente entre sus hijos, una citación para ambos al colegio, es el resorte que catapulta el dispositivo dramático de una manera inteligente y dinámica.
Y es gracias a ello es que vemos como estos padres, como tantos, depositan expectativas y esperanzas, así como frustraciones, pérdidas y naufragios en sus hijos, mientras creen que les están proveyendo lo justo y lo perfecto.


Andrea Barbá es una conocida actriz tucumana que desarrolla su labor en el Teatro Estable de la Provincia con oportunos resultados; sin embargo, es en los escenarios independientes en donde hemos visto lo mejor de su labor. No exageramos al decir que este trabajo, en Los Monstruos, desarrolla enteramente su aforo profesional y su exquisita sensibilidad artística.
A mi modo de ver, Barbá se maneja cómodamente resolviendo los aprietos y los trances de una obra difícil, ardua, precisa, exigente, que no da a su personaje ni un respiro mientras está en escenario; estricta en su técnica, desenvuelve lo dificultoso con confianza tal que el espectador siente que lo hace natural y simplemente, y quienes hemos estado de los dos lados del escenario sabemos lo gravoso que es lograr semejantes resultados.
Lo que hacemos es, entonces, congratular la labor intachable y sincera de una actriz proporcionada y multifacética, capaz de poner música al drama y de dramatizar la música con singulares y óptimos resultados. Este excelente trabajo, sin dudas, nos dice que este género es el suyo, en tanto despliega un caudal impresionante de recursos actorales.
Por su parte, Mariano Juri se pone a la altura de semejante partenaire. Su complejo personaje pasa por el mismo tour de force de Barbá. Y así, debe ser en el escenario, adulto y niño -en ocasiones casi simultáneamente-, pertinente o absurdo, dramático o cómico, enternecedor o patético, según se suceden las escenas apresuradamente, al ritmo del crecimiento de su hijo.

Juri utiliza todas las herramientas de las que dispone y logra conmovernos y hasta incomodarnos, cuando la comedia se aproxima peligrosamente al borde sutil que la separa de la tragedia visto desde la realidad. Sabe ser comediante y sabe ser un actor dramático y todo eso, cantando, bailando y haciendo sentir su presencia en cada rincón del escenario.
Creo que se luce y se pone a la altura del enorme trabajo de Barbá en un personaje sin medias tintas, que le concede esa oportunidad actoral única de hacer lo suyo, para estar entre lo excelente o lo pésimo, sin terceras posibilidades y, sin dudas, consigue lo primero.
La dirección, el armado de este trabajo, es el otro tour de force. Sebastián Fernández hoy encabeza la magra nómina de directores que arriesgan el poner en escena un espectáculo de teatro musical, y todos sabemos que no sólo no es fácil, y que es más bien, onerosamente complicado desde los momentos previos de la pre-producción, la resolución del desafío artístico y hasta lograr ocupar la sala apropiada.
La escenografía da cuenta de lo que, en realidad, son los personajes: dos estereotipos que se autosuponen padres excelentes: estampados geométricos en las paredes, carpa de indios y juego de dardos para el nene; colores rosados, juego de mesa y banquitos, cortinas con moños y volados y hasta un peluche, para la nena. Del mismo modo, saco y corbata y riguroso maletín para el padre, y traje en dos piezas, cabello recogido y tacones para la madre, porque son perfectos, responden a un modelo social, lo reproducen, y están seguros de que su labor es excelente, mientras el espectador se pregunta ¿lo es?

Imágenes proyectadas y un diseño lumínico premeditado completan la batería de recursos a los que apela este director. A nuestro parecer, Fernández obtiene momentos de conmovedora belleza, no sólo apoyándose en el talento de su elenco, sino utilizando con inteligencia los recursos de los que dispone para favorecerlos, enaltecer y amparar su presencia escénica. A fin de cuentas, gracias a esta labor, la platea se convierte en una incómoda ventana abierta que nos permite espiar una gravosa intimidad.
Incluso si, el teatro Rosita Avila no posee las características ajustadas para realizar una pieza de teatro musical, Fernández resuelve el problema acústico con excelente amplificación y técnicamente, la obra se desarrolla sin tropiezos.
“Los monstruos” es una obra teatral en la que el espectador se retira satisfecho, feliz de haber visto la labor de dos actores brillantes que dejaron todo lo que tienen en el escenario, un director que ha buscado minuciosamente el camino para llegar a esa excelencia y el deleite de disfrutar de una mise en scene de puntillosa presentación en la escenografía, vestuario, música, y eso no siempre es lo estándar, y uno ruega que estas iniciativas se sostengan en el tiempo y sean apoyadas por quienes tienen la posibilidad de hacerlo. La reducida banda que acompaña al drama lo hace eficientemente y con prolija presentación.
En lo personal, a pesar de las bondades que el texto exhibe en cuanto a contenidos y al desarrollo de los conflictos que se van presentando, hay escenas que reiteran lo dicho y el final es, a nuestro parecer, perturbadoramente funesto sin que sea estrictamente necesario para lograr lo que, con justicia, toda la obra consigue: la apertura de una reflexión sobre un tema apremiante, la educación de los niños. Obviamente, es solo una mirada personal de inspiración aristotélica ante lo que vimos excesivo, que no pretende ser una sentencia. Para evitar lo que hoy conocemos como spoiler no brindaremos detalles ante eventuales reposiciones de la obra y porque no perjudica, en absoluto, la excelencia de lo que hay en escena.
En síntesis, espero ansiosamente la repetición, la veo necesaria y ojalá que esta maravilla sea reponga y sea vista por un público numeroso. Algo como decir, “Si la vio, vaya otra vez y observe los detalles (lo disfrutará el doble), si no la vio, no deje de hacerlo, no siempre podemos disfrutar algo de esta calidad”.

Las fotografías son de Ale Fuentes para FUNDAE.


