“El arte te hace preguntas”
Isaías “Yita” Nougués, destacado artista tucumano de 94 años, se refiere a la génesis de su mural “De Ibatín a La Toma” que se reinaugurará en la Casa Histórica de la Independencia
Por Roberto Espinosa
Un ombligo del mundo. Pare un punto. Ejercita movimientos. Se cuelga del tiempo. Driblea el espacio. La línea conversa con la historia. Improvisa formas. Personajes. Hechos. 1565. En Ibatín respira un pueblo. Indígenas. Invasores. Plantan un nuevo destino. Adversidades. Frustración. Necesidad de cambio para huir de la desdicha. 1685. El lápiz de cera vertebra el traslado hasta La Toma. Nuevos aires fundan la esperanza en un Jardín. El grafito del muralista detiene los 120 años de una epopeya tucumana.
Está feliz porque su histórico mural “De Ibatín a La Toma” volverá a salir a la cancha, restaurado, luego de un ostracismo en el que corrió peligro su vida. “El mural es de 1985. Sara Peña, directora de la Casa Histórica, me había invitado a hacer una muestra sobre el sobre el Suplicio de la Hechicera; yo había hecho una carpeta sobre ese tema con dibujos sobre el libro de mi abuelo. Se cuenta el juicio a esa hechicera a quien habían condenado por haber hechizado al dueño de la encomienda, donde ella vivía y trabajaba. Entonces, hice una carpeta que publicó la papelera Massuh como regalo para sus clientes de fin de año. Sara Peña me invitó a exponerlos de nuevo en la Casa Histórica, donde, como no se podía poner clavos en las paredes, lo habían revestido con esos paneles de aglomerado”, cuenta Isaías Nougués, destacado artista tucumano que el 23 de julio soplará 95 años. “Yita”, que vive hace varias décadas en Buenos Aires, ha realizado varios murales en su ciudad natal.

- ¿Cómo surge la idea de hacer un mural sobre el traslado de San Miguel de Tucumán?
- Le dije a Sara Peña que en vez de exponer los diez dibujos, iba a hacer un solo dibujo grandote, aprovechando los paneles. Entonces en esos paneles que estaban colgados para cubrir las paredes, yo hice el dibujo sobre el traslado de la ciudad de Tucumán. Tenía un boceto hecho sobre el traslado de la ciudad. Lo dibujé ahí mismo, en la Casa Histórica, en los paneles que ya estaban colocados en la sala que da al patio del aljibe.
- Te habrás documentado históricamente…
- Claro, saqué todo de lo que tenía mi abuelo, primero en el con el suplicio y la hechicera y después con el traslado que coincidía con las festividades de la Virgen y de San Miguel. Julio López Mañán era mi abuelo por parte de mi mamá.
- ¿Cuánto tiempo te llevó a hacerlo?
- Como tenía el boceto hecho, me llevó dos o tres días. Son ocho metros de largo por dos de altura. Son tres paneles. El primero representa la separación y el alejamiento de las tribus indígenas, después están las cosas que tenían que trasladar para la ciudad. Ahí está, por ejemplo, colgado, el manto sagrado, el archivo histórico de la ciudad y el cepo, que era la prisión que tenían por esa época. Después tenían que llevar el Santísimo Sacramento y el final era el poste de la justicia, que estaba puesto en la plaza principal, que era ahí donde ajusticiaban a los muchachos.
- ¿Cómo sería tu último mural de despedida?
- Hay un mural que a mí me da vuelta en la cabeza, que es el regreso, el regreso a cero. Vale decir, vos has nacido y empezás a recorrer todo ese camino, pero cuando ya estás llegando al final, decís: “¿a dónde vuelvo ahora?” Porque una de dos: o dejás ese dibujo abierto que se escapa a la nada, o volvés sobre cero. Me da la sensación de que eso podría ser una especie de dibujo que vuelve sobre sí mismo para no acabarse. Creo que, en definitiva, son el miedo y el deseo de inmortalidad.
- ¿Le tenés miedo a la muerte?
- Antes le tenía, ahora ya no. Porque me he acercado mucho a mis propias creencias y entonces eso me ha hecho pensar siempre en el después, pero ya sin miedo. Por supuesto, no le tengo miedo, pero no quiero morir. (Se ríe)
- ¿Y hay un después? ¿Qué habría en el después?
- Todo. Y bueno, todo es Dios. En definitiva, es esa búsqueda que uno va a veces buscando y otras veces escapándote también, porque uno se escapa de lo que cree más de una vez.
- O sea que vos pensás en el regreso.
- Sí, claro, porque el regreso es el encuentro. Porque vos saliste de un útero, pero resulta que cuando volvés, ya no volvés a un útero, volvés a Dios, al todo, superando la nada. Porque en el medio se te mete la nada también.
- Dicen que uno siempre regresa al primer amor, que no necesariamente tiene que ser Dios.
- Claro, ya depende de cómo esas cosas uno las termina vivenciando. A lo mejor de pronto te haces distraído para que Dios no te vea y otras veces te das cuenta que lo necesitas, ¿no?
- ¿Y alguna vez has pensado en dibujarlo a Dios?
- No, vos sabés. Sí he pensado, por ejemplo, que en muchos de mis dibujos algún día tendríamos que ponernos a buscar. Creo que en mis dibujos yo no puedo prescindir de la presencia de Dios que está generalmente no dibujada; me doy cuenta después.
- ¿Y si Dios fuera mujer?
- Ah, qué cosa, ¿no? Creo que de pronto, lo que pasa es que la mujer, muchas veces, es el camino a Dios.
- ¿Por qué tiene que ser hombre? Dios puede ser una mujer.
- Y bueno, justamente porque yo la pienso desde hombre. ¿Qué camino elijo? Y elijo, el camino del amor, de la mujer, del cuerpo, de la forma. Todo eso lo veo a través de la mujer.
- En las cosmogonías de los pueblos originarios venimos de una mujer. Y nosotros nacemos de una mujer.
- Sí, claro. Lo que pasa es que, de pronto, en medio de todas esas cosas te quedan todas las cosas que a vos te atraen. De pronto, te atrae la belleza, te atrae la forma, te atrae el sonido, te atraen… Y bueno, entonces te empezás a acercar a través de la mujer. Evidentemente, te das cuenta que a través de la mujer están las grandes dimensiones y también los grandes pecados.
- ¿Has dibujado alguna vez el silencio?
- Creo que sí. El silencio tendría que ser un dibujo que se cierra, no que se abre porque este va hacia el espacio, a una suerte de totalidad, se pierde a lo lejos. El dibujo que se cierra sobre sí mismo, encierra, imposible de deformar, está lleno, está logrado. No puede ser un cuadrado porque la arista te lo golpea al silencio y te lo pincha. Las formas curvas te llevan por lugares, por sensaciones, pensamientos… En las formas del dibujo te deslizás, cuando el dibujo se hace técnico y dibujás con las aristas te aprisiona, te pincha con las puntas. El arte te hace preguntas. Cuando el arte te deja de preguntar, hay algo que falla.