ENTRECUENTOS!
¡Bienvenidos…!
¡Hola, chicos!
¿Seguimos leyendo en familia,
¿Papá, ¿Para qué sirve la política…?
LA PALABRA COMPROMISO ESTABA TRISTE
–¡Ahhhhhh! –bostezó Francisco.
–¿Ahhhhhh! –replicó Celeste.
Y otra vez: ¡Ahhhhhh! ¡Ahhhhhh! Bostezos y más bostezos.
– ¿Acaso hay algo más aburrido que un domingo sin sol? –preguntó un conejo que intentaba estudiar geografía.
– ¡Por supuesto que no! –le contestó, un grillo amigo – Sobre todo, si tenemos en cuenta que los bostezos de los chicos son mucho pero mucho más grande, que los bostezos de los grandes.
–Esto sí que es un aburrimiento glacial –replicó el gato.
Afuera la tarde se había vestido de gris. Los naranjos tiritaban de frío y las chimeneas se habían abrigado con bufandas de ramas amarillas.
¡Había hojas por todas partes. Tantas que a ninguno les sorprendió verlas hasta en los vidrios de las ventanas! Pero he aquí, que una de ellas, parecía no ser una Hoja más.
¡No! ¡Esa, era una hoja única! Tan singular que logró cortarle el bostezo a Francisco cuando la descubrió…
– ¡No! ¡No puede ser!, -se dijo Francisco, abriendo grande, cada vez más grandes sus enormes ojos verdes. Luego agregó:
-¡He visto mal! ¡No es posible que sepa escribir y que lo esté haciendo en la ventana!
Pero Francisco, había visto muy bien. ¡La Hoja estaba escribiendo!
¡Y escribía sin errores de ortografía! ¡Eso ya era demasiado!
¡Se levantó de un salto y empezó a zamarrear a su hermana:
–¡Celeste! ¡Celeste! ¡Mirá! ¡Mirá hacia la ventana! ¡Hay una Hoja que está escribiendo!
–Pero, ¿sos tonto, vos? ¿Cómo se te ocurre semejante disparate? Inventá otra cosa si querés divertirte –replicó Celeste fastidiada.
–¿Disparate? ¿Disparate? – ¡Mirá! ¡Mirá hacia la ventana! -exclamó Francisco agitado.
Celeste, giró la cabeza casi sin ganas, y el caso es que ella también casi se desmaya. La Hoja no sólo escribía, sino que hasta se permitía saludarlos. Y sin necesidad de ponerse los anteojos, la niña empezó a leer:
La luna va por el agua
–como está el cielo tranquilo –
va segando lentamente
el temblor viejo del río,
mientras que una rama joven
La toma por espejito
2) Poema de Federico García Lorca.
–¡Ea! ¡Pero si ese es el poema que estudiamos la semana pasada en clase –señaló Celeste.
–Entonces, hermanita, esta Hoja debe ser una de tus compañeras de grado – comentó el muchacho recobrando su sentido del humor.
– ¡Dejá de decir tonterías, Francisco! Lo veo y no lo creo. ¿Te das cuenta?
Pero la pequeña no pudo seguir. Sin previo aviso empezaron a ingresar al living de su casa, unos personajes muy pero muy especiales. Pero además, muy pero muy orondos. Ingresaban:
Una Luna que no era una, sino media Luna.
Un temblor del río que no tenía frío y además venía con su tío.
Unas ramas jóvenes con perfumes y blasones.
Y el señor don Cielo con calcetines de terciopelo.
¡En lo que se transformó el lugar!
¡Por supuesto que desaparecieron todos los bostezos!
La hoja, muy panchivida, seguía escribiendo:
Me han traído una caracola
Dentro le canta un mar de mapa
Mi corazón se llena de agua
Con pececillos de sombra y plata
– ¿Ves? -advirtió Celeste. Sigue con los poemas de don Federico.
Y mientras la Hoja escribía, ingresaban también:
Una caracola que tenía un vestido con cola,
Un mar de mapa, que ostentaba una gran capa!
Un corazón de agua que jugaba con diez paraguas!
La caracola, muy simpática, confesaba que amaba a las olas, el mar de mapa le comentaba su gusto por las batatas, en cambio, los pececillos de sombra y plata con sombreros de hojalata parecían muy, pero muy interesados en dialogar sobre un único tema, el de la política.
Bueno, hablar lo que se dice hablar… no era. Si bien todos articulaban palabras, ninguno le prestaba atención a lo que le decían los otros. Hasta que de pronto apareció el más anciano de los peces, quien con la intención de poner orden frente a tanto desorden les dijo:
–¡Ya basta de papelones!
-Pero, no obtuvo respuesta. Y lo peor es que, si bien a todos les molestaba la conducta de los peces, los dejaban seguir,
Ni Francisco, ni Celeste, lograban reaccionar. Todos parecían atontados, confundidos, y sólo se limitaban a decir:
–¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza!
Y algunos otros, apenas exclamaban:
–¡Que locura! -moviendo la cabeza, de izquierda a derecha de derecha a izquierda, como si fueran un péndulo pero sin dejarse de preguntar ¿para qué sirve la política?
También la Hoja que sabía escribir a través de sus gestos evidenció malestar. Pero nada más.
El bochinche seguía.
Crecía el desorden.
Reinaba la incomunicación.
¿Se acuerdan de la Torre de Babel? Pues bien como en la Torres de Babel seguían las cosas. Todos hablaban pero no lograban entenderse, hasta que casi mágicamente se hizo silencio. ¿Un milagro? . Sí, y el milagro se produjo con el ingreso de un niño que hablaba con marcado acento español.
Les contó a quienes lograron escucharlo que se llamaba Federico y que había nacido en Granada. El jovencito traía naranjas colgadas de su cintura, cinco nidos gitanos, un cortejo de toreros, varios toros bravos y una voz de poeta que entonaba:
La Tarara, sí
La Tarara, no
La Tarara, niña
¡que la he visto yo!
Lleva mi Tarara
un vestido verde
lleno de volantes
y de cascabeles.
La Tarara, sí
La Tarara, no
La Tarara, niña
¡que la he visto yo!
Federico García Lorca.
Eran las cinco de la tarde.
También eran las cinco de la tarde cuando se despertó don Parada. Inmediatamente se dirigió al baño, se lavó la cara y sin pensarlo dos veces se sentó a escribir lo que había soñado.
Se lo dedicaría a Juan. Pero antes de empezar a hacerlo llamó a la palabra COMPROMISO y dialogó en silencio con ella largo. Luego vino un Angel y se la llevó.
Hasta el próximo domingo