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Ese cuestionado mensajero de la paz

Por Roberto Espinosa

Sonrisa. Abrazo. Templanza. Coraje. Firmeza. Ternura. Afabilidad. Jorge y Francisco fueron la misma persona. Amado por una gran mayoría y detestado por una minoría, tal vez, en las madrugadas lo asaltaban los tarcos, las tipas, los plátanos, las veredas y calles de Flores, el barrio porteño donde caminó su infancia… las manos de la miseria en la Villa 31… la pobreza con rostro de changuitos…

Estuvo muy cerca de llegar: Brasil, Chile, Bolivia… pero la grieta criolla le rajaba el corazón. Hubiera querido ser prenda de unidad, pero no fue posible. Fanatismo, dogmatismo, fundamentalismo, intolerancia, son difíciles de derrotar en un pueblo dividido desde su nacimiento, protagonista de una larga guerra civil, declarado federal en los papeles constitucionales, pero unitario en la práctica.

“La patria es el otro” es una linda frase, pero la realidad mostró que es el otro siempre y cuando se piense como uno.Afectos a centrarnos en lo que nos diferencia, no en lo que nos une, con dificultades para dialogar y acordar, se supone que tener un papa significa un orgullo para cualquier pueblo, por la trascendencia mundial que implica ser el jefe espiritual de la Iglesia católica, sin embargo, en nuestro país estuvo lejos de ser así. Los pobres, los inmigrantes, el cambio climático y las guerras, fueron algunas de las preocupaciones de Francisco, quien realizó algunas reformas importantes en el Vaticano: mejorar la siempre cuestionada transparencia financiera; se ocupó de condenar e iniciar procesos a sacerdotes acusados de pedofilia; abrió las puertas de diversas instituciones de la Santa Sede a las mujeres (“la inclusión de la mujer no es una moda feminista, es un acto de justicia”). Abordó sin eufemismos temas candentes como la homosexualidad y el colectivo LGBT; estaba obsesionado con que su deber era servir a los más débiles.

Fue coherente con su labor sacerdotal de llevar a la práctica el Evangelio, de recorrer las villas miseria, de luchar por la justicia social, de defender a los desamparados, los niños, los viejos, como lo había hecho en Buenos Aires, como sacerdote, arzobispo y cardenal: “Me gustaría tener una Iglesia de pobres y para los pobres”. Promovió el diálogo interreligioso. Después de varios siglos se reunió con el patriarca de la Iglesia ortodoxa. Evitó los lujos, modificó las pompas fúnebres; siguió fiel a su voto de humildad (“es una llave que abre el corazón de Dios y el de los hombres”) y al desapego material.

Sus detractores fueron los poderosos, los representantes del mercado, los sectores más conservadores de la iglesia, de la sociedad. Durante su pontificado lo consideraron un papa comunista.

El capitalismo es la explotación del hombre por el hombre; su crítica a este sistema deshumanizante fue implacable. Obviamente, si defendía a los pobres tenía que ser un populista, comunista, peronista. “Dedicado a vos @Pontifex_es zurdo hijo de puta que andás pregonando el comunismo por el mundo. Sos el representante del maligno en la casa de DIOS. ¡VIVA LA LIBERTAD CARAJO!”, tuiteó Javier Milei. Pese al agravio, Francisco lo recibió en la Santa Sede, podría no haberlo hecho, pero lo hizo seguramente por aquello de “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

En su propio país, Francisco cosechó a sus principales críticos. Se dijo que Francisco más que un líder espiritual era un político, lo cual lo impugnaba como pastor de su rebaño. Juan Pablo II combatió al comunismo en su Polonia natal, eso estaba bien visto por el mundo capitalista, que aplaudió su cruzada, aunque fuera política. “Siempre la paja en el ojo ajeno”, diría un criollo.Francisco fue un pontífice progresista, un humanista, un mensajero de la paz y del amor. Contribuyó a cambiar la imagen de una Iglesia entrampada en sus trapos viejos y lujosos, en sus contradicciones cada vez más elocuentes, y a acrecentar la feligresía en Asia y en África. Alentó a los jóvenes a comprometerse, a soñar en grande, a hacer “lío”, a participar en la construcción del destino de sus pueblos.

Lo cierto es que no se hace lo que se quiere, sino lo que se puede, lo que lo dejan hacer. Hace siglos, su prédica incomodaba a los poderosos y a los líderes de propia grey. Sus milagros no lograron seducir a sus detractores, que se confabularon para pedir su crucifixión. Cuando no fue bien recibido en su Nazaret natal, el Barbudo dijo: “Un profeta recibe honra en todas partes menos en su propio pueblo y entre su propia familia” (Mateo13:57).

Su discípulo Francisco no fue la excepción.

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