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Javier Milei y Sergio Massa suben sus chances para un balotaje

Sergio Massa y Javier Milei dependen de sí mismo. No necesitan poner cada decisión a debate y sus respectivas campañas dependen solo de ellos. Además, nítidamente, tienen desde donde sentirse en condiciones de participar en un posible balotaje con mucha más nitidez que lo que puede presentar Patricia Bullrich, envuelta en un verdadero torbellino de lugar y representatividad.

El ministro-candidato no debe preguntar no sólo sobre qué debe decir o hacer. Quedó tan solo en la centralidad del poder del Gobierno nacional y de la campaña de Unión por la Patria, que lo hace imprescindible, aunque, esas mismas condiciones que lo fortalecen, también lo hacen ver casi en soledad

Sin embargo, tiene desde donde construir la recuperación electoral que lo coloque a tiro de la Presidencia de la Nación que ejerce de echo, pero no por voluntad popular. Puede mejorar sustancialmente las elecciones en la mayoría de las provincias del Norte y Sur del país, en las que siempre el peronismo dominó con holgura y ahora quedó por debajo del anarcolibertario Javier Milei.

Además, en la provincia de Buenos Aires, donde los intendentes hicieron casi su propio juego, también tiene chances de crecer. Los jefes comunales ya demostraron hasta donde podían llegar movilizando a su tropa propia de manera individual y ahora sólo deben hacer que ese voto lo fidelice su candidato presidencial.

Puesto en el papel, como ya lo han hecho los decisores de la campara del ministro candidato, es fácil. Luego aparecen cuestiones preexistentes y desconfianzas que agudizan la viabilidad de un proceso sin sobresaltos, en los que también quedó clarísimo que ni la vicepresidenta ni su hijo tienen ganas de participar, ni hacerse cargo.

«Es como que les da lo mismo. Máximo se ve como el próximo Boric (presidente de Chile) que desde la marginalidad de la izquierda llegó a la Presidencia tiempo después sólo por el resultado del fracaso de los otros», teorizó un intendente que no suele sentarse muy lejos de él en las reuniones partidarias y políticas.

Entonces, todos los demás juegan su juego. A un puñado solamente le conviene un Sergio Massa con mucho poder, aunque sea derrotado, o un único sobreviviente del naufragio, como lo podría ser Axel Kicillof.

Javier Milei, en tanto, es el único que tiene seguro su lugar en el balotaje. Seguro no perderá votos y es muy factible que crezca. Nada lo hará retroceder del piso electoral que le mostró las PASO, más allá del «descuido» del oficialismo peronista en proteger sus boletas, que al no desaparecer, lo hicieron ganar.

«Ahora eso cambiará», razonan los mismos que lo cuidaron hace quince días, pero ya el «enano creció». Para peor, los votantes de Milei no tienen ningun interés en interpretar o conocer a ciencia cierta lo que propone en caso de llegar al poder, no sólo en materia económica, sino institucional y en materia de seguridad nacional.

Nada importa. Lo fuerte del libertario es lo que representa, el fin de todo lo preexistente, supuestamente. No se fijan que en las listas hay mucho más pasado que en las que se presentan por Juntos por el Cambio o el propio oficialismo. Es la representación del futuro que nunca se vio. Tan harta está la gente de lo que está viviendo que no le importa analizar la oferta que le proponen para salir de su frustración.

Según los «focus» realizados entre quienes lo votaron, han empezado a aparecer algunos elementos que sirven para analizar fehacientemente su inserción como actor principal. «Todo lo anterior fracasó». No importa que Cambiemos gobernó cuatro años de los últimos 32.

Si Mauricio Macri es tan culpable como Néstor y Cristina Fernández de Kirchner, ¿por qué no les molesta el apoyo que el expresidente le da a Milei y lo pone como prototipo de lo que él pretendía, pero no pudo realizar? De pronto, para los fieles y fanáticos mileístas, una nueva reconstrucción del conocido «vamos por todo», con el libertario todo será posible. «No sé, pero se va a hacer». Hasta su vice, Victoria Villarruel, es presentada como una especialista en materia criminalista con una pasión similar a la que en su momento desde las entrañas del kirchnerismo lo hacían con la inocencia de Amado Boudou.  

Massa y Milei, que en la última semana post PASO se dedicaron a encandilarse mutuamente, reconocen, sin hacerlo, que la fuerza de Juntos por el Cambio es el rival de ambos. Pero Patricia Bullrich debe lidiar con infinidad de inconvenientes, surgidos, fundamentalmente, del permanente desgaste al que fue sometida por la feroz interna con Horacio Rodríguez Larreta, entre otros.

Debe contener a Macri, a los radicales, a los empresarios que creen que el equipo cambiemista es el más responsable, y a una estructura partidaria que pasó todos los límites y se enredó en discusiones más personales que políticas.

Por eso, más allá de su esfuerzo, el recomponer esas relaciones humanas son el freno principal freno para su candidatura. La frase «está todo roto», que también se aplica para el oficialismo, en la oposición de Juntos por el Cambio viene con un agravante. Al no tener pasado que los viera en un mismo espacio desde sus inicios, las desconfianzas y las presiones son mucho más fuertes.

El peronismo es vertical. El PRO lo era y el radicalismo, siempre lo ha demostrado, es el partido más horizontal de todos los existentes.

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