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La mejor empanada no es tucumana ni salteña, según Sarmiento

SARMIENTO EN TUCUMÁN.

José María Posse Posse

LA EMPANADA NACIONAL.

Cuando Sarmiento visitó Tucumán en Junio de 1886, fue invitado por varias personalidades e industriales del medio a conocer sus fábricas. Durante su visita al Ingenio Esperanza, luego de plantar el San Antonio, que aún hoy se yergue, imponente en el patio trasero de la casa de la Administración, se lo invitó a un almuerzo.

Su biógrafo, Augusto Belín Sarmiento, nos relata una anécdota referida a las empanadas tucumanas: “…Al aparecer las empanadas, Sarmiento nos dijo observáramos si entre los comensales estaban representadas todas las provincias argentinas, y, verificado que no faltaba ninguna, alzando en el aire una empanada, pronuncio gravemente este aforismo:

  • La verdad es que ninguna empanada en el mundo vale la empanada sanjuanina. Un jujeño interrumpió el silencio de estupor que causó tan insólita declaración, observando que tenía en mucho la opinión del señor Sarmiento, a quien consideraba un genio, aun en achaque de empanadas; pero era de presumir que sus conocimientos no hubiesen alcanzado hasta la empanada de Jujuy, la más sabrosa y la mas babosa, la que no podía comerse sino con la camisa arremangada, para chuparse los dedos hasta el codo… Un correntino dijo que esas cosas no se discutían, siéndola de su heroica provincia la única empanada posible. Siguiéronse mendocinos, puntanos, catamarqueños, santiagueños, salteños, etc., declarando detestables a todas las empanadas que no fuesen las de su pago.

Don Pepe Posse (el tucumano íntimo amigo de Sarmiento), desafió a quien quisiera revelar el guante que presentase ahí mismo algo mejor que la empanada tucumana que todos estaban saboreando, lo que parecía darle una fácil victoria. Un senador por Córdoba, con cara de filo de cuchillo y muy mas fino, casuista, estableció como petición de principio que, aun cuando en su vida hubiese comido ninguna especie de empanada, tenía por averiguado en su fuero interno y en el santuario de su conciencia que la cordobesa era el non plus ultra de las empanadas.
La batahola de encontradas pasiones fue subiendo de punto, hasta que Sarmiento impuso silencio, diciendo, más o menos: – Señores: para hacer valer cada uno la empanada de su predilección, hemos hecho caso omiso de la empanada nacional. Esta discusión es un trozo de historia argentina, pues mucha de la sangre que hemos derramado ha sido para defender cada uno su empanada. El ferrocarril que inauguramos servirá a la unión de la República como conductor de sus progresos y agente para la realización de sus instituciones, y servirá a la unión disipando la deplorable fascinación de la mezquindad de aldea que nos hace creer detestable la empanada del vecino. La desasociación de nuestros pueblos proviene de las distancias intermediarias, como las tonadas vienen de los largos viajes, la marcha de la cabalgadura haciendo acentuar la palabra al asentar el caballo la pata. La tonada es el localismo, como la empanada. El localismo es nuestra historia. En detrimiento del poder, de la dignidad y de la gloria de todo, cada rincón empezó a pugnar por zafarse de toda sujeción, y a título de amor a la independencia los unos, a nombre de un patriotismo local los otros, ambiciones pigmeas trataron de achicar a su talla el campo de la acción y alejar hombres para que la sombra que deja tras sí el mérito real no los eclipsase y obscureciese. Merced a estos amaños, hemos visto durante medio siglo sucederse en la escena política notabilidades singulares, que al desaparecer han dejado Estados que hoy piden limosna para subsistir.

He aquí la historia de las empanadas y sería bueno que alguna vez, al lado del sacrosanto amor a la empanada de nuestro terruño, tengamos indulgencia por las demás empanadas. Amemos, señores, la empanada nacional, sin perjuicio de saborear todas las empanadas…Y siguió en larga plática, dejando a sus oyentes el solo recurso de aplaudir y de cazar al vuelo, para echárselas al bolsillo, las observaciones profundas y los chispazos humorísticos”.

FUENTE: Extraído del libro “Sarmiento Anecdótico” de Augusto Belin Sarmiento, Ed Kapeluz, Buenos Aires, 1961.-
Imágenes: José Posse y Sarmiento en San Juan (circa 1864); Casa de la Administración del Ingenio Esperanza de Wenceslao Posse; galería interna de la casa donde fue agasajado Sarmiento; San Antonio que plantó el Sanjuanino en el lugar, y que aún hoy se conserva.

Nota. Se discute si la anécdota ocurrió realmente en el Ingenio San Pablo o en Esperanza, ya que es recurrente la tradición oral que sitúa la comida en el patio trasero de la antigua casa de la administración de la fábrica. Para el caso, lo que valen son las palabras del gran Sarmiento, más allá del lugar donde se las pronunció.
José María Posse

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