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La peste en los linderos de la aurora

por Ana Maria Busnelli de Masucci

  Todo aquel tiempo fue como un largo sueño. La ciudad estaba llena de dormidos despiertos

Albert Camus.

En aquel otoño totalmente rojo, naranja y amarillo, la hojarasca bajo sus pies formaba un blando contra piso donde ella caminaba, en esa ciudad de ensueños hacia la Iglesia de San Vito, del brazo de ese hombre que fue lo más importante en su vida.  Detrás de ellos sus dos amigas conversaban.

 Su proyecto se había hecho realidad, mojar sus pies en el Moldava. Quería a través del agua abrazar todo. La sinfonía acariciaba. No en vano estaba frente a las cascadas y remolinos de ese río que siempre soñó conocer… 

Ya en el centro de la cuidad, en las vidrieras resplandecían los cristales, desde copas con diseños de oro, contagiadas de color a vino, hasta anillos y colgantes con toda la imaginación transmitida por artistas plenos de magia.

Cruzando el inmenso océano la realidad era otro mundo, era su Patria, igual nombre que la sinfonía de Smetana que disfrutaba escuchar.

 Ella había regresado. Era su realidad, el tiempo ineludible le presentó otro escenario de bella naturaleza. “El jardín de la República” donde prevalecían los verdes, florecillas blancas y frutos naranjas, más allá los lapachos multicolores solo adornaban unos días de dicha incontenida, mientras sembraban esperanzas de que pasara la larga etapa que trastornaba el mundo…

Pero el devenir del tiempo es a veces incoherente. Algunas actitudes sociales las que debieran ser permanentes se transforman. No solo en sus formas sino también en sus sentidos. Y lo vemos en esta pequeña parte de un país que había sido una maravilla de cultura y trabajo, de sacrificios, por lo tanto, de valores, porque lo que cuesta es doblemente valorado.

La peste surgió como una alerta, aunque no había vacunas ni antibióticos que la combatiera, todos parecieron no ver el peligro y esa inconsciencia era ciega, la ceguera cubrió bares, calles, negocios, costumbres y en ocasiones fue tortura porque…

La vida en el hogar había pasado de moda.

Era sacrificado recibir en casa.

Mejor el consumismo que arrasa.

 En las frías noches las charlas no eran tales.

 Eran carcajadas todas similares.

 Fue creciendo la apuesta.

Y con ellos los riesgos.

Pobre juventud incomprendida.

Familias ensambladas.

Hojarascas al viento.

Como en aquella ciudad

de castillos medievales.

La ceguera nos privó de la belleza de la naturaleza. Reinaron las sirenas, los hospitales, las ambulancias avanzaban contra la muerte quien como un enemigo invisible acechaba escondida y enfrentaba a un ejército equipado con trajes espaciales.

 Pero la gran tragedia surgió tras vencer la humana ceguera quien en su inmensa mayoría se ocupó de alimentar a la peste y no buscaron destino porque perdieron el camino. La ignorancia lo envolvió todo. No se supo diferenciar los días y las noches.

No se supo encontrar la senda. El tortuoso camino era la orilla de un precipicio de arcilla sin base, solo arenas movedizas. Sólo caídas a cada paso. Ausencias de proyectos. Ausencias de miradas hacia el futuro. Sólo manadas que avanzaban sin rumbo arrebatando lo que encontraban.

La bruma tapó a los libros, era la bruma de los ciegos que habían perdido dignidad. De invidentes que solo querían dinero sin prestación de trabajo, pero el suelo en el que transitaban era un precipicio no arrendado ni propio, solo usurpado.

La plaga cubrió la patria entera, no solo la patria chica donde ella había nacido y hoy vivía. De pronto sintió que le hubiera gustado volver a Praga con el hombre de su vida.

Ya anochece, como en un cuento de terror ni los aviones cruzan el aire, el virus desconocido flota en todas partes…

El nuevo día trae esperanzas,

A través del amplio y cerrado ventanal sola, mira la aurora, no es la boreal en otros años soñada, ahora solo espera que el sol en el horizonte dibuje mundos nuevos en la inmensa pradera, o en grandes edificios espejados, tal vez reflejen su silueta.

¿Volverá la esperanza que renueve vidas? Piensa que sí. Hay juventud que vuela por emprender una carrera, o teje las cuerdas de un instrumento, buscando una salida a un mundo nuevo, más justo y solidario.

Una nueva aurora colmada de ilusiones. Anida en mi ser tanto en este suelo como en el mundo entero.

Con la mirada y el sol de frente, saludo a la esperanza.

Del libro: La peste en el decurso de una vida

Tucumán CGCET 2020

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