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Le presentamos el Prólogo del libro «El Puente», una selección de cuentos tucumanos

Fragmento  del estudio preliminar  de la obra

Por Fabián Soberón

Si un escritor se define como regional está,de antemano, impidiéndose tratar y observar cosas del vasto mundo que lo rodea. Si se autodefine como regional se ocupará solamente de la región.

Juan José Saer

Dos intelectuales de provincia, eso eran, o sea la cosa más triste y extravagante que pueda haber en la tierra.

 Natalia Ginzburg

 La pregunta de Gaiteri

Una mañana de 2009 (1) , antes del almuerzo en el patio Bullrich (límpido patio de jugosas empanadas tucumanas), en la Plaza Independencia, Sergio Gaiteri (Córdoba, escritor) me preguntó por los novelistas de mi generación en Tucumán. Me quedé tieso. No sabía qué  responderle. Le dije que no conocía a ninguno, que los que había leído estaban muertos o sólo publicaban en otros lugares. La verdad es que hasta ese  momento, no conocía a nadie de mi generación,

Esta antología es un eco de aquella conversación en la Plaza Independencia. Para  responder a la pregunta de Gaiteri, empecé una búsqueda de los narradores de Tucumán. No por un afán geográfico – la literatura no tiene nada que ver con la geografía- sino por curiosidad personal y como una forma de armar un mapa íntimo y público de aquellos que viven en la esquina de mi casa y que,  al mismo tiempo, escuchan las sirenas de la tradición rusa , norteamericana o islandesa.

 Aunque empecé buscando a los autores más jóvenes, pensé que era mejor establecer un puente entre las generaciones. Es decir, sospeché que la reunión de autores tiene otra música si tocan juntos los más viejos y los más jóvenes, los “consagrados” (¿qué es la consagración en una provincia invisible?2) y los desconocidos. El libro incluye autores casi secretos (Guanca Cossa, Di Primio y Méttola, por ejemplo) y autores que ya forman parte del microcanon de la zona. Aunque canon aquí es menos una tabla de logaritmos literarios que una forma barroca compuesta por Bach.

Descreo  de la idea de región. Prefiero el concepto de zona propuesto  por Juan José Saer. Saer, como el Oscar Wilde de Borges, casi siempre tiene razón: los escritores no tienen nada que ver con la geografía . En todo caso,  inventan,  a partir del lugar que perciben,  un mapa imaginario y real hecho de obsesiones y silencios, poesía y ritmos. Esa zona, creo, es la que convocan los cuentos. Y ni siquiera eso, a veces.

Toda antología es una selección caprichosa del autor. Sin embargo, puede ser un mapa de lo que ocurre en la zona, una brújula afanosa del oficio.

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  1. En abril de 2009 organizamos junto a           Osvaldo Aguirre y Reynaldo Castro el encuentro de editoriales independientes Cruce de Caminos. Este encuentro se realizó  en el Ventro Cultural Rougés. En dos jornadas expusioeron editoriales y autoresde Tucumán, Salta, Santiago del Estero, Jujuy y Rosario. Participaron en los debates  Sergio Gaiteri (NARRADOR),  Iván Ferreyra narrador, Marcelo Dughetti (POETA) Carlos Ferreyra editorm, Osvaldo Aguirre (Periodistam escritor, Reynaldo Castro editor, escritor, Ildiko Nassr poeta narradora,  Ildiko Nassr (poeta, narradora), María Cisneros (filósofa) y Mercedes Saravia (poeta, editora), entre otros. Formaron parte del evento las editoriales Perro Pila (Jujuy), Ediciones Recovecos (Córdoba) y las revistas Trompetas completas (Tucumán) y Mil trescientos kilómetros (Tucumán), entre muchas otras.

   2-  Para que exista una tradición no basta con que existan un sinnúmero de volúmenes publicados por autores de diversos orígenes. Es necesario que ese cúmulo de producciones literarias sea leído, conocido, sopesado y discutido por los lectores, los críticos, los estudiosos, los investigadores, los periodistas, etc. Es decir, las novelas, los cuentos y los poemas publicados por los autores nacidos o radicados en Tucumán aún no conforman una tradición sostenida –y por esa razón hablo de tradición invisible– porque no han sido suficientemente difundidos, leídos, discutidos, sopesados y puestos en la escena pública por las distintas instancias y los agentes del campo literario y cultural argentino y latinoamericano. No niego que existan las publicaciones. Sería ridículo hacerlo. Lo que digo es que estamos ante una tradición que aún no ha sido construida. Ese pasado no tiene presente y casi no tiene futuro (visto desde nuestro presente). Para que se pueda hablar de tradición se requiere que los críticos, los lectores y las instituciones doten de existencia, pongan en escena, discutan y legitimen ese conjunto diverso de producciones literarias. Es necesario que pongan estas obras en relación con el conjunto de las publicaciones argentinas y latinoamericanas.

Descreo de la idea de región. Prefiero el concepto de zona propuesto por Juan José Saer. Saer, como el Oscar Wilde de Borges, casi siempre tiene razón: los escritores no tienen nada que ver con la geografía. En todo caso, inventan, a partir del lugar que perciben, un mapa imaginario y real hecho de obsesiones y silencios, poesía y ritmo. Esa zona, creo, es la que convocan los cuentos. Y ni siquiera eso, a veces. El escritor argentino y la tradición Hay que abandonar una serie de ideas ridículas y perimidas: la dicotomía campo ciudad. La antigua tesis que sostenía que Buenos Aires es la ciudad y que las provincias implican el campo es una hipótesis obsoleta y reduccionista. En el llamado “interior” (esta denominación es una simplificación desmesurada: no creo que exista una esencia o una entelequia llamada “interior”) hay ciudades diversas y cosmovisiones heteróciltas. Y, si bien las ciudades provinciales poseen rasgos comunes, también tienen diferencias notorias. O sea, la idea misma de “interior” es simplificadora. Si bien los escritores son personas que viven en la sociedad de su tiempo (no tienen otra posibilidad) no están obligados a reproducir la lógica de la realidad política. Creo que la literatura, y, más puntualmente la novela y el cuento, no reproducen esa lógica. La literatura no es una mímesis de la geografía política. Las novelas y los cuentos surgen de una serie de factores que permiten que sean un conjunto de géneros mezclados en un orbe plural y múltiple. Por eso es que tenemos novelas y cuentos de autores tan dispares en lugares similares: Antonio Di Benedetto, Daniel Moyano, Juan José Hernández, Libertad Demitrópulos, Haroldo Conti o Miguel Briante. Por otra parte, el paisaje no es obligatoriamente una condición determinante para la literatura. No hay regiones literarias. Como ya dije, siguiendo a Juan José Saer, hay zonas, marcos simbólicos que el escritor inventa o recrea a partir del agua móvil de lo real. Un novelista inventa una zona única y propia con la lupa ficcional y lo hace con las limitaciones de sus herramientas formales. Para un escritor el desafío es ante todo formal: de qué modo trabaja el contrapunto de las voces, el ritmo de la frase, el lugar central o marginal de las descripciones, el tono del narrador. En este sentido haber nacido en Córdoba o en Frankfurt es secundario o trivial. Las preocupaciones de un escritor no son principalmente temáticas. La cuestión estética de una novela o de un cuento sigue siendo la modulación del tiempo, la música de la prosa, la construcción de la trama. Borges escribió que los escritores argentinos –como los judíos y los irlandeses– estaban en mejores condiciones para asimilar la tradición universal porque conformaban los márgenes de la cultura europea. Partiendo de esas ideas, ¿qué pensaríamos sobre un escritor del “interior”?

Si seguimos la lógica del ensayo, ¿los escritores que viven en los márgenes de la Argentina están en mejores condiciones para asimilar o procesar la tradición cultural de la Argentina y del mundo? Los cuentos Los cuentos de Juan José Hernández configuran una zona, podríamos decir. Los cuentos narran una atmósfera, un ambiente, un espacio a la vez imaginario y real. Ese lugar es la siesta y el barrio de Tucumán. Ese lugar es el patio de una casa o la quinta de una mujerona. Es un espacio íntimo. Al leer los cuentos tengo la sensación de estar leyendo la evocación de un Tucumán que ya no existe o que sólo existe en la memoria de la literatura. Los cuentos de Hernández no hablan de un tiempo presente, real, mimético. Narran una zona que ha sido imaginada y recordada por los narradores crueles y exquisitos de los cuentos. Y tal vez esa atmósfera y esa posibilidad evocativa se relacionen con la literatura de Proust. Los cuentos de Hernández comparten una mitología: el zaguán, el patio de tierra, el fondo de la casa, los naranjos, las rencillas en la intimidad del hogar, las calles angostas de los barrios, los oficios perdidos, el olor de los azahares y la siesta calurosa. Esa mitología crea o recrea un espacio y un tiempo, una zona que nos permite pensar la geografía de una novela. Los relatos son únicos pero confluyen en una zona. Inventan una mirada del mundo del mismo modo que lo hace una novela.

En los cuentos se puede leer una ciudad imaginaria y pueden ser considerados como episodios de una novela infatigable e inconclusa. Por eso mismo no fue sencillo elegir uno de ellos. Incluí “Así es mamá” solo para extraer una gema entre las joyas. Podría haber sido otro: “El inocente”, “Bambino”. Entre la concisión de los cuentos de Hemingway y la rudeza de los personajes de Chandler, entre la sutileza lírica de Juan José Hernández y la contundencia de algunos cuentos de Guillermo Saccomano, Gabriel Guanca Cossa escribe un cuento preciso y emotivo que deja que el humo de la pistola vacía llene de violencia y ardor las expectativas del lector. A pesar de su edad, Guanca Cossa ha logrado enhebrar un breve universo narrativo que combina la sordidez del realismo suburbano de la provincia con la frágil universalidad de la violencia. “El acta”, de César Di Primio, simula ser un sueño o un acta. Pero lo que arma, con habilidad y ritmo, con un lenguaje propicio y conjetural es un cuento con todas las letras. Di Primio ajusta cuentas con el policial y escribe un cuento ambientado en Buenos Aires y que sigue las postas del género.

El lector no debe dejarse engañar: Di Primio usa el género para hablar de otros asuntos: la desidia, el dolor, la indiferencia, la pérdida. ¿Qué ocurre en una pareja para que se tomen determinadas decisiones? Esta pregunta no ha sido formulada pero está escondida en los pliegues de “El acta” como el bajo continuo de la época presente. Una de las claves de “La faena”, de Rogelio Ramos Signes, es la elección de la voz narrativa, una “música” femenina procaz y elusiva que escudriña las peripecias de las “niñas” que la rodean y del Gargajo, el principal motivo de su disgusto. El cuento está atravesado por lo siniestro y la forma velada de lo cruel produce el efecto deseado. En los intersticios narrativos y en las líneas más logradas se filtra el crimen anunciado y el sarcasmo nítido de la voz que habla. “La última ballena”, de Horacio Elsinger, continúa la zona narrativa abierta por autores como Juan José Hernández. La mayor parte –si no todo el libro– trabaja una estética realista, evocativa, melancólica, que se demora en algunas costumbres y en ciertos vicios y performances de los provincianos. Hay algo del costumbrismo de Luna de Avellaneda –la película de Juan José Campanella– y de los cuentos “El cenizo” y “Aniceto”, de Zuhair Jury (el autor de los cuentos en que se basaron las películas de Leonardo Favio). Hay un lejano parentesco con el tono canallesco y directo, irónico y nostálgico del mejor Fontanarrosa en el cuento “Ojos verdes y el negrito”. “La última ballena” es el cuento más logrado e impactante del libro que lleva el mismo título. Curiosamente, este cuento se acerca a una experiencia delirante e inocente que viven los personajes en una película del director Bela Tarr. En le film del húngaro, se expone una ballena en el centro del pueblo. Y la experiencia tiene algo de onírica, de delirante, como en el cuento de Elsinger. “La ultima ballena” es contundente y condensa de alguna manera la estética de su libro y propone un tono entre fantástico y bizarro que los otros cuentos no tienen. Entre las agudezas de Borges y las observaciones antropológicas de Arlt, Daniel Dessein –periodista, editor, escritor– pergeña un relato milimétrico que se lee de un tirón. Eso no es poco si consideramos que está plagado de citas y de reflexiones inteligentes. La historia es sencilla y cautivante: un joven busca el regalo para una chica. Pero tiene un grave problema: no le gustan los regalos. Recorre diferentes espacios que lo obligan a deambular en el oropel de la moda, el dorado mojón de lo superficial y el fino estertor de la ropa íntima.

Dotado de una prosa atrapante y mi- nuciosa, “Regalofobia” ensaya una visión del mundo contemporáneo sin decir “estoy haciendo un ensayo sobre el mundo globalizado”. Con una filosofía entrelíneas, el cuento expone el rechazo inusual de un joven a la variada geografía mercantil. El personaje deplora las aglomeraciones y los cascabeles del capitalismo. Acosado por una especie de obsesión por las estadísticas, y encerrado en su propia plaga paranoica, hará lo imposible para agradar a su amor. Con humor inusual, Daniel Dessein revisa la perspectiva de la ciudad cosmopolita y plantea una mirada de lo urbano que provoca efectos inesperados en el lector. Máximo Chehín escribe con una tendencia al relato directo, con prosa despojada, adjetivos medidos, un modo de relato al estilo carveriano. Aparece, clara, en su libro Vista al río la lección del mejor Hemingway (el de los cuentos, no el de las novelas). Por ejemplo, en “Algo hermoso”, hay un solo dato que le permite al lector suponer el pasado de los personajes cuando el narrador dice que ella se acuesta con diez. “Garcha”, dice el narrador. Ese dato aislado, dicho al pasar, da una pista de la “tragedia vital” de la chica, de la miseria de la vida. Por lo demás, el texto es elusivo y elide todo lo demás. Ese dato es la punta del iceberg. Y esa operación narrativa funciona en otros cuentos. “Depuración, síntesis y alusión” podría llamarse la estrategia narrativa. Este sistema cambia en algunos cuentos como “La condena” y “La noche de Martín”. En esos cuentos el sistema es el relato episódico, al modo clásico. Hay un centro narrativo y un final que cierra la tensión abierta con las primeras líneas. En el cuento “El jugador” la historia es justa. Y, sobre todo, la progresión dramática es justa. Cada elemento, cada pieza, crece en el momento preciso. Los personajes tienen una posición estratégica y la tensión avanza sin artificios ni dobleces. La elección de la narradora es también acertada. El hecho de que sea una hija y no el padre es un acierto. Esa narradora mira las cosas con distancia y al mismo tiempo con afecto. Lo quiere al padre y a la vez se diferencia de las opiniones de la madre. Es un personaje que tiene opiniones diferentes a las opiniones de la madre. Y, a su vez, no refleja el pensamiento del padre. El cuento podría llamarse “La mudanza”. ¿Qué efectos produce una mudanza? es una pregunta que corre y murmura como el río Leteo. La mudanza produce el efecto opuesto al esperado, esa es la idea que corre por detrás. Y hay algo terrible narrado con pericia y agudeza: la desintegración del modelo de familia tipo, la desintegración del modelo de familia country. Julio Ardiles Gray es un autor múltiple. El cuento seleccionado es apenas una muestra de su universo narrativo. En “La escopeta”, un hombre mayor deambula con una escopeta con la intención de cazar una paloma. Cuando advierte que lo que quiere no está, vuelve al pueblo. Y entonces la tiniebla kafkiana se tiende entre las palabras y el pueblo y todo cambia de orden y de sentido. Con una contundencia inusual, Ardiles Gray escribe una lección de estilo: no hace falta rociar las páginas con innumerables palabras para alcanzar el climax o el tono alegórico. “La escopeta”, en su brevedad simbólica, es una prueba de que la administración de lo dicho, lo no dicho y lo apenas aludido es fundamental para componer un cuento.

La narradora Florencia Méttola guarda en sus pliegues y en su frente la clara filiación pop. No sólo porque es música sino porque hay una deliberada búsqueda de tomar como broma aquello que es terrible y siniestro. Cerca de la encumbrada ironía de Andy Warhol, los relatos de Florencia Méttola incurren en el mejor vicio pop: tomarse con humor lo más trágico. Sin embargo, el cuento “Los dadores” sorprende por la estética realista y dramática. Aunque no descansa el humor ácido y cínico, la anécdota que arma el cuento es la historia de una enfermedad. O, mejor, de dos enfermedades: la de la madre y la de la chica que se enamora de otra chica. Méttola no duda al armar este cuento. Cercana, curiosamente, a la parquedad del maestro Chejov, sitúa el relato en los arrabales de la ciudad de Tucumán y pareciera que las protagonistas sufren en silencio en la estepa rusa. Méttola es muy joven. Pero creo que es una rara promesa en las letras argentinas. Lorenzo Verdasco tiene vocación por la escoria, lo incómodo y lo sucio. Sus cuentos suelen incursionar en una forma literaria vinculada con el lumpen, con los barrios bajos, con los chicos que inician sexualmente a otros chicos. Se regodea en los entretelones del sexo, en las miserias de la vida cotidiana, en las felicidades de la villa y de los rincones oscuros y prohibidos. Es un cultor de Roberto Arlt, de Osvaldo Lamborghini, de Eduardo Perrone. En nuestra inexistente tradición, en nuestra mínima tradición, es un continuador de los mundos de la nada de Raúl Perrone.

Desde ahí creo que hay que leerlo. En ese sentido, antes que continuador de la nada, es un autor necesario: delimita una geografía y un tema. Y sus preocupaciones literarias tienen su brújula más en el tema que en la forma. La forma es casi siempre la misma: el tono procaz, ciertamente adjetivado, la búsqueda de un lenguaje ajustado a los tonos de lo incómodo. Y el tema tiene sutiles variaciones pero vuelve, como Bach o como Piazzolla, a tocar la misma fuga o las mismas variaciones sobre un mismo tema. Su universo está hecho de citas, su escritura está plagada de referencias a la historia de la cultura: Belén Aguirre ha escrito poemas que exudan un suave, lento y cuidado surrealismo, una especie de oda a lo delirante o a lo que va más allá de la lógica tiránica de la vigilia. Es una especie de amor por lo que está por debajo de lo visible o de lo perceptible. El cruce de la mirada surrealista y de la más escéptica lupa realista hacen su estilo. María Belén Aguirre ha incursionado en el cuento de manera episódica y voraz. “Conjetural” aclara desde el título su filiación borgesiana. El cuento es una conjetura, una hipótesis de lectura, un ejercicio de lectura. Y, por tanto, una manera de entender la historia y la realidad. El personaje es el afiebrado Orson Welles, ese indócil hacedor de películas, ese curioso ganador de la carrera de la discordia. Y Belén Aguirre lo hace caminar por sus obsesiones. Entre el cuento teórico y la poesía en prosa, “Conjetural” arma una versión paralela y cierta de los caminos de Orson Welles. Algunos autores apelan al ingenio o al humor solo como una vía de escape, como una huida fugaz del realismo imperante. Otros, en cambio, incorporan la extrañeza, el ridículo o lo absurdo para modificar la realidad y desde ahí construir una estética o una forma de arte. Este es el caso del trabajo narrativo de Alejandro Nicolau. En “Déjà vu”, la prosa rítmica y repetitiva genera un nuevo sentido y lo hace con destreza y equilibrio. No asistimos a un malabar verbal sino a una forma de interpretar lo real y la narrativa. En el cuento “Fantasmas”, de Hugo Foguet3 , los marinos conversan en un barco. No sabemos dónde está el barco. Ni siquiera sabemos si es de día o si las estrellas humedecen la frente de los marinos. Los marinos conversan mientras el lector configura una geografía imaginaria y real. Los marinos hablan y el hermoso contorno de la ficción introduce el perfil fantástico de unos hombres que saborean el diálogo con el rumor del agua a sus espaldas. “Fantasmas” expresa la versión utópica, la paradoja más bella y utópica del habitante de Tucumán.

Es la forma extrema e imposible del provinciano de tierra adentro. En Tucumán no hay mar. El destino o el azar ha querido que sea Hugo Foguet el encargado de escribir un cuento sobre el mar, acaso el destino imposible y posible de un hombre nacido entre los valles. Las novelas de Dardo Nofal están atravesadas por las hojas salvajes de la miseria. El estertor y la pobreza repiquetean como un zumbido ciego. La lengua oral horada las páginas, la voz áspera y ácida zumba siguiendo el compás de la oralidad tucumana. Nofal realiza un trabajo exquisito con la lengua sucia y bastarda. Pero no se trata de un intento de mímesis de la lengua real. Los libros están elaborados con una precisión en la construcción de la frase: Nofal ensaya un artificio deliberado. Se trata de un trabajo artesanal con la palabra. En sintonía con esta poética, el cuento presenta un episodio que sostiene un realismo suburbano que no desmerece su trabajo novelístico. Sebastián Ganzburg introduce el problema de la desigualdad y de la precarización laboral en un cuento breve y contundente.

También plasma las contradicciones ideológicas y de clase de una sociedad conservadora y truculenta en la que el indi3 Hugo Foguet egresó de la Escuela Nacional de Náutica y recorrió el mundo como marino. Murió en Tucumán en 1985. Durante sus viajes escribió la novela Pretérito perfecto, editada en 1983 por Jorge Laforgue en la editorial Legasa, de Buenos Aires. En 2016, la novela fue reeditada por la editorial EDUVIM (Córdoba), dirigida por Carlos Gazzera. vidualismo ramplón no escatima edades ni sectores. Lo importante es que escribe el cuento con el tono justo para que las reflexiones que se desprenden del texto no resulten pedagógicas –en el sentido negativo y fácil del término– ni esencialistas. Y deja fuera del cuento las especulaciones sociológicas. Eso hace que el relato refuerce su potencia. Samuel Schkolnik es un reconocido filósofo de Tucumán. Ha escrito numerosos ensayos sobre ética y colaboró durante mucho tiempo con el diario La Gaceta. Ha publicado un libro de aforismos (Algunas claves), una tesis de doctorado en filosofía y una única novela: Salven nuestras almas. Los relatos de Schkolnik se relacionan con la prosa teórica y poética. Dueño de un estilo particular, pletórico de citas y de reflexiones agudas, sus cuentos exponen ideas sociológicas y metafísicas. Los relatos son un medio para el ensayo filosófico. Las páginas de sus libros narrativos responden menos a la ardua estructura narrativa que a la exposición de tramas especulativas. Sus historias no experimentan con la forma ni procuran una trama que asombre por su originalidad. Al contrario, son, desde lo estrictamente literario, relatos convencionales.

Al lado de los cuentos de Hugo Foguet, de Hernández o de Elvira Orphée, están en las antípodas de la prosa experimental. Aunque la ciudad aparece en un retrato minucioso y conmovedor, su meollo y sus mejores momentos están compuestos por el dichoso enjambre de ensayo, crónica y poesía. “El retorno” es un cuento atípico por lo temático. Vincula el lejano ámbito de las cavernas con el ruinoso presente. Schkolnik se las arregla para ligar dos ámbitos distintos y lejanos y para mostrar que la literatura es el terreno propicio para esas formas. El cuento “Mujer bajo el roble”, de Sara Rosenberg, gira en torno a la amenaza. Una mujer describe la situación en la que se encuentra y recupera la existencia anterior, cuando en el monte se podía compartir con los vecinos y la gente del pueblo la vida sin problemas. Sara Rosenberg crea una atmósfera central (y logra diseminarla en el cuento) y los personajes se mueven en el aire enrarecido. Ese aire es también un tono que instala la opresión, el miedo, y que sugiere unos hechos horrendos que han ocurrido en el monte en un tiempo difícil, durísimo, acaso insuperables. La clave del cuento está, precisamente, en el trabajo con el fuera de campo, en la alusión, en la penumbra que corroe precisamente por ser eso: pura sugerencia. Lo que no se dice dispara todo lo que ha ocurrido. Además de dramaturga y documentalista, Sara Rosenberg ha escrito una novela crucial, Un hilo rojo. Los cuentos de Santiago Garmendia elaboran un intrincado y a la vez claro nexo entre la trama –precisa– y el asunto libresco. Frescos, rotundos y jocosos brindan un panorama de las vicisitudes de profesores, escritores, lectores, libreros y filósofos en el contexto de una sociedad pacata y conservadora. El lector puede detectar las coordenadas de los espacios y las geografías: Tucumán.

Pero no es un Tucumán pastoril sino el de la vida académica. Y no es la vida universitaria o libresca que se esfuerza en su solemnidad y seriedad sino el orbe ridículo y prosaico ligado al entorno intelectual. En este sentido, los cuentos mezclan lo alto y lo bajo y rozan –oportunamente– lo grotesco o lo burlesco y hacen, en algunos casos, estallar la risa. Y eso se agradece. En “Venganza contra gentiles”, el narrador (un estudiante desencantado y con sentido del humor) despliega su lengua para contar la historia de Avellaneda, un profesor a cargo de la cátedra de Filosofía Moderna, quien tiene una devoción por el pensamiento de Santo Tomás de Aquino. Además, el profesor es dueño de un ejemplar único del libro capital del pensador medieval y lo cuida como si fuera un tesoro. El inconveniente es que dicta la materia Filosofía Moderna y el autor de la Suma Teológica no tiene relación directa con los pensadores de ese periodo. Delgado, el ayudante de cátedra, es sometido por Avellaneda: lo obliga a repetir los sábados lo que ha escuchado en la clase. Y hay un dato del cuento que está dicho al pasar y que muestra la mirada aguda del narrador (y, también, del autor) sobre la situación sociopolítica de la provincia: “En Tucumán es más negocio quebrar que prosperar, y esto vale no sólo para el sector azucarero”. Jorge Estrella es un filósofo que ha escrito una serie de libros de cuentos que han obtenidos premios nacionales e internacionales. Dotado de una prosa arborescente, sus cuentos suelen incluir el paisaje rural o el oportuno mundo campestre. Menos por afán romántico que por razones de arquitectura, Estrella diluye los límites de lo local e inscribe el espacio social y simbólico en una órbita que construye una geografía ficcional, opresiva, íntima y personal. Su cuento “El tren” no rehúye la alegoría o el símbolo. El personaje de la historia espera el tren en medio del polvo y sabe que la velocidad y la atroz situación de sus ocupantes pueden depararle un extraño viaje. Sin embargo, sube al tren y espera llegar a destino, con la expectativa de mejorar su vida en la futura y anhelada ciudad. Durante el periplo, el tren le ofrece no pocos altercados. En ese ambiente opresivo y harapiento, se cruza con perfectos especímenes de lo nimio y de lo tremendo. Hacia el final, el personaje observa los mecanismos de la realidad (que se asemejan a la realidad histórica) y, a pesar de eso, no sabe lo que le espera. El lector, tampoco.

El cuento no es un texto teórico ni una antología de aforismos. Sin embargo, la pulcritud de la descripción y la prosa barroca y atrapante, permiten leer entrelíneas una mirada sobre las relaciones entre civilización y barbarie. Osvaldo Fasolo es un preciso observador de lo íntimo cruel. Entre la inocencia y la turbulenta crueldad, sus personajes deambulan en un espacio que suele ser el de la aventura mínima y la espera sospechosa. Sus personajes deambulan por el contorno urbano de Tucumán y están escritos con una prosa que no escatima la poesía y la reflexión breve. El cuento “El juego” es una especie de cifra de la poética de Fasolo. Unos chicos juegan al lado de la vía y pergeñan un extraño plan. Lejos de la radiografía afectada de la infancia, el relato reconstruye ese mundo perdido plagado de recuerdos y de picardías. Entre la estampa y la mirada que no esconde la malicia, la historia reinventa la ciudad y difunde la perspectiva de lo público desde la sensibilidad de lo íntimo y privado. Fasolo está cerca de Hernández pero ha sabido construir sus propios ámbitos y lo hace con una lupa personal. Alberto Rojo es físico, músico y escritor. En “Tertium organum” muestra sus habilidades como ironista y el interés que ha tenido en leer a Borges desde otro punto de vista. El narrador del texto sigue las pistas que ya había trabajado Lugones y que Borges aprendió muy bien (y sin confesarlo): la falsa identificación del yo del narrador con el yo del sujeto empírico. Desde ese engaño arquetípico, el narrador de “Tertium organum” se empecina en descubrir el periplo de Borges a través de “su” lectura de ciertos textos científicos. En el camino, tiene un hallazgo. El relato de Rojo mezcla la agilidad de la crónica, las aguas móviles de la ficción científica y la puesta en escena escéptica de la autoficción.

En “Santiago”, de María Lobo, la prosa se vuelve transparente para dar cuenta de una serie de sucesos que atraviesa una pareja que espera a su hijo en un aeropuerto. Las escenas en la espera le permiten al narrador en tercera intercalar episodios del pasado, sobre todo vinculados con la vida de Cinthya, la madre de Ju. El cuento avanza y el nuevo escenario es un hotel. Tanto el aeropuerto como el hotel indican la situación de extranjería de Boy, de Cinthya y de su hijo Ju. Hábilmente, el narrador introduce la tensión y genera un clima entre las rendijas: María Lobo trabaja con la tensión que se filtra como agua en el intersticio. Luego vendrá la pregunta del niño y la acción íntima de Cinthya y el suspenso medido y sutil. Pero antes están las observaciones sobre las clases y las diferencias generacionales en una cultura clasista al pie del cerro tucumano. Es como si el exilio breve de los personajes le permitiera al narrador encontrar el punto de vista indicado para contar cómo funciona el mundo en Tucumán. En 2014, se publicó Tinieblas para mirar, una selección de cuentos de diferentes épocas de Tomás Eloy Martínez. Aunque no está incluido en la selección, “Noticia de Vicente Barbieri” comparte la atmósfera y el modo compositivo de algunos cuentos de Tinieblas para mirar. Los cuentos de TEM permiten al lector desprevenido entrar en el universo difundido en sus novelas célebres. TEM ha escrito desde el cuento esmerado y absolutamente ficcional hasta la crónica minuciosa, desde el relato que traiciona los hechos hasta el anecdotario que abreva en los relatos orales familiares. Acaso como si fuera una autobiografía ficcional y simbólica, los cuentos de TEM combinan las múltiples formas del relato y funcionan como una especie de clepsidra del tiempo vivido y de los modos de entender la ficción. Como esos objetos precio- sos y pequeños, Tinieblas para mirar reúne lo mejor de la mirada tomasiana, esa voz y ese ojo que nos ayudaron a pensar con otra lupa la realidad y la invención. “Noticia sobre Vicente Barbieri” sigue la estela de estos mínimos universos narrativos. Si bien en “Ay Enrique”, de Elvira Orphée, no hay marcas que nos permitan identificar la provincia de Tucumán es claro que se pueden leer algunas escenas o situaciones vinculadas a la estética desarrollada en novelas (Aire tan dulce o Dos veranos) que tematizan o problematizan los escenarios provincianos. La editorial Bajo la luna reeditó en 2009 Aire tan dulce4 . En una conversación con la autora en su casa de Palermo, me dijo que estaba de acuerdo con la crítica en que, quizás, esta era su mejor novela. Aunque ningún criterio puede tomarse como último ni como verdadero, es cierto que Aire tan dulce es una novela central. Muestra en forma condensada el universo simbólico de su narrativa. No puedo afirmar que sus textos sean autobiográficos aunque sí considero que el recuerdo de su vida en la provincia reaparece en algunos de sus cuentos y novelas. Sospecho que esto también sucede en “Ay Enrique”.

En “Aeropuerto Benjamin Matienzo”, de Eduardo Rosenzvaig, Malco es un arquitecto apremiado por un oficial para que escriba la biografía de un prócer militar. Malco se entera de la persecución directa y llana de sus colegas y sabe que si no cumple con el mandato puede perder la vida. En este caso, la escritura es una llave que tiene sentido existencial, literalmente. El cuento toma la estrategia del montaje paralelo para ensamblar las dos historias: la de Matienzo y la del personaje Malco. Con este recurso dota de actualidad el discurso sobre Matienzo y también ubica ese relato en un presente histórico, es decir, un presente que toca los tiempos diversos y ubicuos de los lectores: el presente de Matienzo es también el presente de Malco y el del lector del siglo XXI. Además del tono burlesco del narrador quiero destacar el desarmado de la solemnidad y el efecto de impugnación de lo fatuo relacionado con la idea de prócer. El cuento adopta la postura crítica respecto de la trayectoria del aviador Benjamín Matienzo y elabora una pedagogía negativa que le permite decir que la grandeza de la identidad provincial está sostenida en un error. 4 A propósito del estudio de las novelas de autores tucumanos, recomiendo el relevamiento realizado por Máximo Hernán Mena en su tesis doctoral. La tesis se titula “Tucumán: reescrituras de la historia en su novelística (1950—2000)”. El lugar de la crítica ¿De qué manera se establece la forma de entender un cuento o una novela? ¿Cómo se estandariza la idea de cuento? ¿Qué instituciones contribuyen a crear una idea de la novela, del cine, de las artes?5 Una de esas instituciones es la crítica. Otros factores centrales son los lectores y el periodismo cultural. Aunque los lectores generan sus propios recorridos subterráneos, sus caminos de lectura indescifrables, creo que la crítica propone un canon, establece una jerarquía literaria. Y convengamos en que la crítica ha creado un lugar común. La crítica, cierta zona de la crítica académica, se ha ocupado de instalar y de propalar una idea falsa: la existencia de una “la literatura del interior”. La crítica académica sigue repitiendo los clichés de la división entre puerto y campo. Por eso creo que es necesaria una nueva crítica que parta de otros supuestos, que empiece con otras ideas. Es hora de abandonar ciertos tópicos: la novela de las provincias es rural, le canta al campo o su primera tendencia es el regionalismo. Creo que eso ya pasó: ya rindieron el examen Moyano, Juan José Hernández, Tizón, Di Benedetto. Me parece que hay que leer los cuentos desde otra perspectiva. A mí se me ocurren algunas preguntas: ¿cómo se construye la ciudad en estos cuentos? ¿Con qué ideas sobre la ciudad trabajan escritores de diversas generaciones? ¿Qué tiene en común un autor que revisa a Chandler desde el barrio Juan XXIII con otro al que le interesa el suburbio como escenografía de la desigualdad? ¿Qué propuestas literarias arma un autor más interesado en la metafísica que en la forma y un escritor que configura su imaginario con las zonas rojas de la ciudad? 5 En Tucumán y en el Norte argentino el campo cinematográfico está en ciernes. Ese campo requiere de la contribución de todos los actores del campo cultural de la provincia y de la zona. Según los relatos de los protagonistas de las generaciones de los sesenta y setenta del siglo XX, en esos años violentos los diversos hacedores se relacionaban entre sí, estaban al tanto de las actividades mutuas. En el siglo XXI el conocimiento por parte de los jóvenes cineastas del trabajo que realizan los escritores es una tarea pendiente. Percibo que cada área de las artes existe como una isla. Quizás sea necesario que las interacciones se multipliquen y se acrecienten para que el campo cultural sea más abierto. El canon ¿Cómo se forma un canon? Un canon se conforma por la participación de críticos, editores, periodistas, lectores y los que inciden en la circulación, los que deciden cómo se arma o se desarma el mercado de libros. Todos los factores contribuyen a conformar lo que puede llamarse el mapa de la lectura, de la escritura, de la legitimación, la consagración y la circulación de los libros. Ese mapa tiene zonas de poder, en donde se concentra la toma de decisiones.

En Argentina, el centro de edición, critica, distribución, lectura, zona de habilitación, legitimación y consagración de los escritores está en Buenos Aires. Pero el problema no es que haya un centro. El problema es ver cómo se hace para activar otras zonas de circulación, decisión, legitimación y consagración de los libros y los escritores. Una parte de la crítica (académicos y periodistas, reseñistas y comentadores) suelen repetir lo que dicen los críticos poderosos (podríamos decir así, los críticos que toman decisiones fuertes desde las editoriales comerciales y no comerciales). Entonces, se arma una larga cadena y la crítica funciona como una repetidora de mecanismos, como una máquina automática y consagratoria. A la vez que sucede esto todos los días, los meses y los años, quedan zonas de respiro, donde los lectores hacen lo que quieren y leen lo que quieren. Creo que a través de esa rendija, de esa posible zona de respiro, podemos pensar en la conformación de un mapa de lectura que albergue los libros de las otras narrativas. En este sentido, hay que redefinir la idea de tradición. No hay que comenzar con la idea que tienen los tradicionalistas de la tradición. No hay que dejarles la tradición a los tradicionalistas, dijo Pier Paolo Pasolini. Un nacionalista cree que la tradición está dada por la tierra, los árboles, los animales de la zona, por la idea de campo, podríamos decir. Creo que no se puede reducir la tradición al color local. Borges dijo en “El escritor argentino y la tradición” (Discusión, 1933) que al leer un libro del historiador Gibbon se dio cuenta del error de defender el color local. Dijo que un árabe como Mahoma no incluye en el Corán a los camellos. Dijo que Mahoma convive con los camellos y que no necesita destacar a los camellos como algo propio del lugar. Un turista destacaría a los camellos, pero un habitante de Arabia, acostumbrado a los camellos, no lo haría. Ahora bien, algo similar podríamos decir al apelar a la tradición en Tucumán o en México. No necesitamos exaltar nuestra condición de tucumanos o de habitantes del norte del país. Ser habitantes del norte es un hecho o una fatalidad. Nuestra tradición es el universo y no la tierra o el arte español o latinoamericano. De lo que se trata es de disponerse a leer el universo desde aquí. La literatura nada tiene que ver con la geografía. Por tanto, los cuentos incluidos en El Puente no pueden ser considerados dignos porque hayan sido escritos por un cúmulo de autores nacidos en Tucumán. En todo caso, su condición de tucumanos es fruto del azar o de la necesidad. ¿Qué tienen en común Alberto Rojo (físico, músico y escritor que vive en EEUU) y Gabriel Guanca Cossa, uno de los más jóvenes reunidos en estas páginas? ¿Qué tienen en común Florencia Méttola, ironista por definición y Hugo Foguet, dueño de una imaginación prodigiosa, autor de un Ulises subtropical? Esta reunión no es menos arbitraria que otras antologías. Solo desea la felicidad que brinda la lectura afanosa y menos civil. En ese sentido, es una límpida invitación al placer, un puente entre generaciones y búsquedas literarias. Yerba Buena, Tucumán, 2014—2020

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